El silencio entre nosotros se había vuelto insoportable.
Valentina estaba a menos de un metro de mí, pero se sentía como si estuviera a un océano de distancia.
Afuera, la ciudad seguía girando, ajena a la guerra que habíamos librado. Ajena al vacío que se extendía entre nosotros como un abismo imposible de cruzar.
La observé mientras se sentaba en el borde de la cama, con la mirada fija en la ventana. Desde la muerte de Alessandro, había cambiado.
Claro que lo había hecho.
Habíamos pensado que cuando todo terminara, cuando él desapareciera, cuando su sombra dejara de acecharnos, podríamos respirar.
Pero no fue así.
Valentina respiraba, sí.
Pero no vivía.
Y yo no sabía cómo traerla de vuelta.
Me pasé una mano por el
VALENTINALas paredes de mármol de la mansión Morelli reflejaban la luz del sol de la tarde con un brillo frío y distante. Era irónico cómo este lugar, que alguna vez fue mi jaula dorada, ahora parecía más vacío que nunca.Caminé lentamente por los pasillos, sintiendo el eco de mis propios pasos en el suelo de madera pulida. Cada rincón de esta casa tenía un recuerdo: mi infancia, la mujer en la que me convertí, la sangre que derramé para llegar hasta aquí.Pero ahora, mirando todo a mi alrededor, la pregunta que más pesaba en mi mente era una que nunca me había atrevido a formular:¿Realmente valió la pena?Había ganado.Alessandro Morelli estaba muerto.Su imperio estaba bajo mi control.Pero si esa era la victoria… ¿por qué me sentía m&
DANTELa noticia me golpeó como un puño en el estómago.Valentina se iba.No solo de la mafia. No solo de la ciudad. Se iba de todo.De mí.Ferrara me lo dijo sin rodeos, como si estuviera informándome sobre el clima o sobre un negocio fallido.—Morelli se marcha esta noche.El cigarro entre sus dedos dejó un rastro de humo mientras me miraba con esa expresión indescifrable.No le creí al principio.No quise creerlo.Pero entonces vi la confirmación en sus ojos.Ella realmente se iba.No pregunté cómo lo sabía. No le di el gusto de verme perder el control.Solo asentí, como si la información no me afectara.Pero me afectó.Mucho más de lo que estaba dispuesto a admitir.—¿D&oa
VALENTINAEl sol se filtra por la ventana de mi pequeño apartamento, iluminando las motas de polvo que flotan en el aire. Es un departamento modesto, nada que ver con las mansiones en las que crecí, pero es mío. Por primera vez en mi vida, todo lo que me rodea me pertenece.Me levanto de la cama y estiro los músculos adoloridos. No he dormido bien, como casi todas las noches desde que dejé Italia atrás. Los fantasmas del pasado todavía me visitan en sueños, susurrándome nombres, recordándome pecados que nunca podré borrar.Muevo la cabeza para sacudirme esos pensamientos. Es un nuevo día. Una nueva vida.Camino descalza hasta la cocina y pongo a calentar agua para el café. La cafetera es vieja y tarda una eternidad, pero tiene algo reconfortante en su lentitud. Mientras espero, me acerco a la ventana y miro la ciudad. Es un lugar anónimo,
DANTENo sabía si estaba soñando o si el destino había decidido burlarse de mí una vez más.La vi antes de que ella me viera. Sentada en aquella mesa junto a la ventana, con un libro entre las manos y una taza de café a medio terminar, parecía salida de una escena que había imaginado mil veces durante las noches más solitarias. La luz del atardecer acariciaba su cabello como si hasta el sol supiera que esa mujer, esa mujer imposible, seguía siendo un incendio en mi pecho.Valentina.Mi Valentina… o tal vez ya no mía.El corazón me dio un vuelco, como si no hubiera pasado un año desde la última vez que la vi alejarse entre las sombras con una maleta en la mano y la determinación de no mirar atrás. Pero lo cierto es que yo nunca dejé de hacerlo. La busqué en cada calle, en cada ciudad, en cada rostro que creía reconocer por error.Y ahora estaba ahí. En carne y hueso. Con la misma mirada que lo decía todo y no decía nada.Avancé con pasos firmes, aunque por dentro era un huracán. El caf
VALENTINALa libertad sabe diferente cuando la pruebas con cicatrices. No es como la pintan en las películas, ni como se describe en los libros. No es una brisa suave en el rostro ni una sonrisa al viento. No al principio. Primero es silencio. Dolor. Soledad. Es aprender a respirar sin miedo, a vivir sin mirar sobre el hombro, a no sentirte prisionera en un palacio dorado.Y cuesta. Cuesta tanto…A veces me despierto en mitad de la noche con el corazón acelerado, creyendo que estoy otra vez en la mansión Morelli. Que todo fue un sueño. Que aún tengo guardias en la puerta y cámaras vigilando mis pasos. Que aún debo pedir permiso hasta para respirar. Me toma unos segundos darme cuenta de que ya no estoy allí. Que soy libre.Que logré escapar.Pero también que perdí más de lo que imaginaba.La paz tiene un precio, y el mío fue él.Dante.A veces me pregunto si elegí bien. Si la vida sencilla que tengo ahora compensa todo lo que dejé atrás. Vivo en un pequeño apartamento en un pueblo dond
DanteLa puerta de ese pequeño departamento se abrió con un chirrido tímido, casi como si también ella estuviera dudando de dejarme entrar.Valentina.Ahí estaba. De pie en el umbral. Con el cabello recogido de cualquier manera, una camiseta que seguramente no le pertenecía —demasiado grande, demasiado neutra, demasiado… anónima— y los ojos tan oscuros como los recordaba. Pero había algo más en ellos, algo distinto. Eran los mismos ojos, sí, pero ahora cargaban con el peso de demasiadas lunas solitarias.—Hola —murmuré.No sabía qué más decir. Había ensayado ese encuentro mil veces en mi cabeza, y sin embargo, las palabras se esfumaban al ver la curva de sus labios temblar con una contención dolorosa.—Hola, Dante —respondió, sin moverse.El silencio entre nosotros era espeso. No incómodo. Dolía. Porque ese silencio estaba lleno de todas las palabras que no nos dijimos cuando ella decidió irse. Estaba cargado con promesas rotas, con despedidas no pronunciadas y con un amor que se habí
ValentinaEl sonido del viento golpeando contra los ventanales me despertó antes de que el sol siquiera se asomara del todo. Me senté en la cama con las sábanas enredadas entre las piernas, aún con el corazón agitado, como si hubiese soñado con algo que no lograba recordar. O quizá sí lo recordaba... porque esa sensación, ese nudo en el pecho, tenía nombre y apellido: Dante Romano.La noche anterior aún flotaba en mi mente como una niebla espesa que no terminaba de disiparse. Él en la puerta de mi apartamento. Su mirada cargada de preguntas que no hizo. Mi llanto —ese maldito quiebre que tanto tiempo había reprimido— estallando como una represa rota frente a sus brazos, que no me exigieron explicaciones, solo me sostuvieron en silencio.Y ahora estaba aquí, en mi pequeño mundo lejos de todo, intentando recomponerme, intentando recordar quién era antes de la oscuridad. Pero ¿cómo se reconstruye una mujer que fue hecha de cicatrices? ¿Cómo se sobrevive al amor cuando el amor fue también
DANTEHay sonidos que uno no quiere volver a escuchar. Voces que deberían estar enterradas junto con los fantasmas del pasado. Pero a veces, esos susurros regresan… y no vienen solos.Estaba en la parte trasera del pequeño taller donde trabajaba, reparando un viejo motor que un vecino había traído. No era glamuroso ni emocionante como las misiones que solía cumplir para Alessandro Morelli, pero me mantenía ocupado. Me daba una razón para no pensar demasiado en Valentina.Aunque eso era imposible.Ella estaba en todo. En el olor del café de las mañanas, en las calles tranquilas del pueblo, en el sonido de su risa que se me aparecía en la memoria como una canción que se resiste a desap