DANTE
La madrugada traía consigo el aire gélido del bosque, pero Valentina estaba de pie frente a mí con la mirada fija y determinada. Llevábamos dos días en la cabaña abandonada, dos días en los que ella no había mencionado el miedo ni una sola vez. Era testaruda, lo sabía desde el primer momento en que la vi, pero ahora esa testarudez iba a jugar a nuestro favor.
—No es un juego, Valentina —le advertí, entregándole la pistola—. Si aprendes a usarla, es porque en algún momento vas a tener que disparar.
Ella asintió con la mandíbula tensa.
—Lo sé.
Por primera vez, la princesa Morelli no parecía una mujer protegida