El campo de batalla parecía haberse detenido. El tiempo, hasta entonces consumido por gritos, rugidos y explosiones, quedó suspendido en una quietud casi cruel. El humo danzaba lentamente por el aire, arrastrando el olor a sangre, cenizas y muerte. Phoenix, arrodillada en el suelo embarrado, sentía las manos temblar. Bajo sus dedos, la sangre caliente de Ulrich manaba en oleadas, manchando su piel, su ropa, su alma.
— No… no, por favor — murmuraba, atrayéndolo hacia sí, sus brazos envolviendo el cuerpo masivo y herido del Alfa. — Ulrich, escúchame. Quédate conmigo… por favor… Por favor, no me hagas esto…
Lo atrajo a sus brazos, con dificultad. Su cuerpo era pesado, sólido, pero cada segundo lo volvía más frío. La flecha clavada en su espalda aún vibraba por el impacto. Phoenix intentó arrancarla, pero la mano de Ulrich s