5

Javier

—¿Puedes dejar de gritar?

Si tenía razón sobre quién había movido esa ficha, aquello estaba muy por encima de la liga de Raquel. Y si no intervenía yo, acabaría como un cadáver en el suelo.

El asesino se aflojó de golpe y cayó, la sangre extendiéndose debajo de su cuerpo.

Raquel soltó un jadeo ahogado, apenas un hilo de sonido. Las piernas le fallaron y se agarró al mostrador para no caer, sin apartar los ojos del cuerpo, como si pudiera levantarse en cualquier momento.

—Víctor, te necesito…

—Yo me encargo —dijo él, arrastrando el cuerpo hacia un lado.

Me giré hacia Raquel. Tenía la cara descolorida y el sudor perlándole la frente.

—Ven conmigo.

Extendí la mano para tomarla del brazo, pero se apartó de golpe y me dio una bofetada. Su mano tembló al caer, los dedos encogiéndose como si ya no le pertenecieran.

Víctor se quedó inmóvil. La mejilla me ardía.

Sostuve su mirada un segundo y volví a centrarme en ella.

—Raquel.

Le alcé la barbilla, obligándola a mirarme. El incredulidad cruzó su rostro.

—Tú… tú has matado a un hombre.

—Él vino a por nosotros primero. No tenía elección.

—Has matado a un hombre. ¡En mi diner! ¿Por qué?

—Porque si no lo hacía, te habría matado a ti.

Volvió a levantar la mano, pero la detuve en el aire.

—Esa oportunidad solo se tiene una vez. No voy a hacerte daño. Solo quiero sacarte de esto.

—Muy bonito viniendo de alguien que acaba de asesinar a alguien sin pestañear.

Seguía enfadada, pero el terror en sus ojos empezaba a resquebrajarse, dejando pasar la duda.

—Vamos —dije—. No podemos quedarnos aquí.

Se quedó rígida un segundo, como si el cuerpo todavía no le obedeciera.

Luego se movió.

Cruzamos el comedor, el cristal crujiendo bajo nuestros zapatos. Aparté los trozos de vidrio de una mesa y ella se dejó caer sobre el vinilo granate agrietado, como si por fin las piernas se le rindieran, y se cubrió la cara con las manos.

Cuando habló, su voz era apenas un susurro.

—Este es… el peor día de mi vida.

—Nunca habían intentado matarte antes, ¿verdad? —observé cómo le temblaban los hombros—. Sigues en shock. Eso se pasará.

—¿Puedo irme? —Tenía los ojos brillantes, a punto de llorar—. No quiero saber nada de esto.

—Ese hombre fue enviado para matarte, Raquel. Ya estás metida hasta el cuello.

Susurró:

—Pero está muerto.

—Quien lo envió no. Y volverán a intentarlo.

—¿La persona que va tras de mí?

—Sí —bajé la voz—. Enfadaste a la gente equivocada. Quiénes exactamente… no creo que ni tú misma lo sepas.

—¿Es por lo de… ya sabes? —dijo, sin terminar la frase.

—¿Porque nos acostamos juntos?

—¿Porque nos acostamos juntos? —hizo una mueca—. Es lo único que se me ocurre.

—Como dijo ese tipo —murmuré—. Lo más probable es que sea por eso. Alguien cree que eres mi esposa.

—Se comentaba por ahí que eras peligroso —gruñó Raquel, hundiéndose más en el asiento—. Pensé que sería lavado de dinero o algo financiero. No esto.

—Bienvenida a mi mundo.

—Mierda —murmuró—. Debí irme anoche. Debí salir de tu despacho y desaparecer.

—Pero no lo hiciste —sonreí—. No te fuiste, princesa.

—No me llames princesa —escupió—. No soy tu princesa. No soy nada para ti. Nos acostamos una vez. No voy a dejar que eso me arruine la vida. Me voy.

Se deslizó hacia el borde del asiento.

—No, no te vas.

La observé, seguro de que no llegaría a pasarme.

—¿O qué? ¿Vas a encadenarme? —Su voz destilaba sarcasmo.

Acababa de matar a un hombre delante de ella.

Durante un segundo, encadenarla pareció… práctico. Si no podía moverse, nada más podría alcanzarla.

Entonces la idea encajó.

La ventana rota era un cebo. Encerrarla no la protegería. Solo terminaría lo que ellos habían empezado.

—No necesariamente… —esbocé una sonrisa ladeada—. No vas a deshacerte de mí tan fácilmente.

—¿Qué se supone que significa eso?

Ya era difícil de por sí. Mantenerla a salvo no iba a facilitar las cosas. Pero hasta saber por qué iban tras ella, no tenía alternativa.

—Significa que tú y yo vamos a casarnos.

Me incliné hacia ella, dejando que la sonrisa desapareciera.

—Y destrozaré a cualquiera que siquiera intente ponerte una mano encima.

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