El atardecer en Alzhar pintaba el cielo de tonos anaranjados y púrpuras mientras Mariana ordenaba la habitación de los niños. Había pasado la tarde ayudándoles con sus tareas escolares, y ahora que habían terminado, Amira y Karim jugaban tranquilamente en la alfombra. La normalidad había regresado gradualmente al palacio tras los últimos acontecimientos, pero Mariana sabía que esa calma era frágil como cristal.
Observó a los pequeños con ternura. Amira, con su cabello negro recogido en una trenza, dibujaba concentrada, mientras Karim construía una torre con bloques de madera. Verlos así, tan inocentes y ajenos a las complicaciones del mundo adulto, le provocaba un nudo en la garganta.
—Mariana —llamó Amira sin levantar la vista de su dibujo—, ¿te quedarás con nosotros para siempre?
La pregunta, tan directa y cargada de esperanz