El reloj en la mesita de noche marcaba las 4:47 de la madrugada cuando Khaled despertó con un sobresalto. No había sido un ruido, ni una pesadilla. Fue algo más inquietante: un silencio absoluto que se sentía... equivocado.
Se incorporó en la cama, escuchando. El palacio dormía, como debía ser a esa hora. Pero algo en su pecho le gritaba que algo no estaba bien. Ese mismo instinto que lo había mantenido con vida en negociaciones políticas peligrosas ahora le susurraba que algo importante había cambiado.
Sin pensarlo dos veces, se levantó y caminó descalzo por el pasillo. Sus pies lo llevaron, como tantas otras noches en las últimas semanas, hacia el ala este del palacio. Hacia la habitación de Mariana.
Se detuvo frente a su puerta, con la mano levantada para tocar. ¿Qué excusa daría esta vez? ¿Otro documento que necesitaba revisar? ¿Una pregunta sobre los niños que no podía esperar hasta la mañana?
Pero entonces notó algo: no había luz filtrándose por debajo de la puerta. Normalmente,