El silencio en la sala del consejo era tan denso que podía cortarse. Khaled sostenía el documento entre sus manos, un simple papel que pesaba como una losa de mármol. La carta de renuncia de Mariana, redactada con pulcra caligrafía y términos formales, había llegado oficialmente a su escritorio esa mañana.
Sus ojos recorrieron por quinta vez las palabras, buscando algún indicio, alguna grieta en la formalidad que le diera esperanza. Pero no había nada. Solo agradecimientos protocolarios, menciones a "motivos personales" y una fecha de partida que estaba demasiado cerca.
—Su Alteza —la voz de Ibrahim rompió el silencio—. Debemos continuar con la agenda del día.
Khaled levantó la mirada. Alrededor de la mesa de caoba pulida, los rostros de los miembros del consejo lo observaban con expresiones que oscilaban entre la curiosidad y la impaciencia. Algunos, como notó con amargura, parecían satisfechos.
—Por supuesto —respondió con voz controlada, doblando cuida