El sol de la tarde se filtraba por las cortinas de seda, proyectando sombras alargadas sobre las paredes de la habitación. Mariana contemplaba el espacio que había sido su refugio durante meses, ahora invadido por maletas abiertas y pertenencias dispersas. Sus manos se movían mecánicamente, doblando cada prenda con precisión, como si en ese acto metódico pudiera encontrar el orden que su vida había perdido.
El silencio de la habitación contrastaba con el ruido en su cabeza. Cada murmullo escuchado en los pasillos, cada mirada de desaprobación de la familia real, cada gesto distante de Khaled en los últimos días... todo se acumulaba como una tormenta que finalmente había estallado.
Tomó el pequeño elefante de cristal que había comprado en el bazar durante sus primeras semanas en Alzhar. Lo sostuvo contra la luz, observando cómo descomponía los rayos del sol en pequeños arcoíris sobre la alfombra.
—También te llevaré —susurró, envolviéndolo cuidadosamente en una bufanda—. Serás mi recue