La noche había caído sobre el palacio, envolviendo los jardines en un manto de oscuridad apenas interrumpido por la luz plateada de la luna. Marina caminaba por los senderos de piedra, con los brazos cruzados sobre el pecho, intentando calmar el torbellino de emociones que la consumía desde dentro. El aire fresco acariciaba su rostro, pero no lograba apaciguar el fuego que ardía en su interior.
Tres días habían pasado desde aquel beso robado en el oasis, tres días de miradas esquivas y conversaciones cortadas. Tres días en los que Khaled había vuelto a levantar aquel muro invisible entre ellos, actuando como si nada hubiera ocurrido, como si sus labios nunca se hubieran encontrado bajo el cielo estrellado del desierto.
Marina se detuvo frente a la fuente central, observando el reflejo fragmentado de la luna sobre el agua. Ya no podía soportarlo más. Esta incertidumbre, este juego de acercarse para luego alejarse, la estaba destrozando lentamente.
—Sabía que te encontraría aquí.
La voz