Marina contempló su reflejo en el espejo de cuerpo entero, apenas reconociéndose. El vestido color esmeralda que Khaled había enviado a sus aposentos esa mañana se ajustaba perfectamente a su figura, como si hubiera sido confeccionado específicamente para ella. La tela de seda caía con elegancia hasta sus tobillos, mientras que el escote modesto pero favorecedor realzaba su cuello y clavículas. Sus rizos oscuros habían sido domados por una estilista del palacio en un recogido sofisticado que dejaba algunos mechones sueltos enmarcando su rostro.
—Pareces una princesa —susurró Fátima, quien la había ayudado a prepararse—. El jeque quedará impresionado.
Marina intentó sonreír, pero el nudo en su estómago se apretaba cada vez más. Una cena con miembros de la familia real no era un simple evento social; era adentrarse en territorio desconocido, lleno de protocolos y expectativas que ella apenas comprendía.
—Solo soy la niñera, Fátima —respondió, ajustándose nerviosam