El reloj de pared marcaba casi la medianoche cuando Khaled se frotó los ojos cansados. La luz tenue de su despacho privado proyectaba sombras alargadas sobre los documentos esparcidos por la amplia mesa de caoba. Llevaba horas revisando contratos para la nueva refinería, un proyecto que podría transformar la economía de Alzhar, pero su mente se negaba a cooperar.
No era el cansancio lo que lo distraía. Era ella.
Mariana había accedido a ayudarlo con la traducción de algunos documentos en español que necesitaba para una negociación con inversores latinoamericanos. Lo que debía ser una simple tarea de asistencia se había convertido en una tortura silenciosa para él. Tenerla tan cerca, escuchar su voz suave explicando matices del idioma, percibir su perfume sutil cada vez que se inclinaba sobre los papeles... era una prueba para su autocontrol que jamás había anticipado.
—Creo que este párrafo necesita una revisión —dijo ella, señalando una sección del contrato—. L