El Gran Salón del Palacio Real resplandecía bajo las luces de los candelabros de cristal. Khaled Al-Fayad, impecablemente vestido con su thobe blanco y bisht negro bordado en oro, mantenía una sonrisa diplomática mientras intercambiaba saludos con los dignatarios extranjeros. La recepción en honor a la delegación europea era uno de esos eventos protocolarios que, como Jeque de Alzhar, no podía eludir.
Sin embargo, su mente estaba en otro lugar. O más precisamente, en otra persona.
Cada pocos minutos, sus ojos se desviaban hacia el otro extremo del salón, donde Mariana conversaba con la esposa del embajador francés. La mexicana llevaba un vestido azul turquesa que resaltaba el tono dorado de su piel y caía con elegancia hasta sus tobillos. El corte modesto pero sofisticado la hacía destacar entre las mujeres europeas con sus atuendos de alta costura.
—Parece que el asunto con la señorita Mariana sigue sin resolverse, ¿no es así, Jeque Al-Fayad? —La voz de Rashid Al-Nazari interrumpió su