Khaled observó desde la ventana de su despacho cómo Mariana corría por los jardines del palacio persiguiendo a Amira, quien reía a carcajadas. Su hija, normalmente tan reservada, parecía otra niña desde la llegada de la mexicana. Incluso Faisal, siempre tan serio para su edad, había empezado a mostrar destellos de la alegría infantil que debería caracterizar a un niño de su edad.
Apretó la mandíbula con fuerza. Le irritaba profundamente la facilidad con que aquella mujer había conseguido lo que él llevaba años intentando: devolver la felicidad a sus hijos. ¿Qué tenía ella que él no pudiera ofrecerles? ¿Acaso no había dedicado cada minuto de su existencia a protegerlos, a darles todo lo que necesitaban?
Pero sabía la respuesta. Mariana les daba lo que él había olvidado cómo proporcionar: calidez, espontaneidad, risas sin reservas. La observó agacharse para recoger a Amira en brazos, girando con ella mientras la pequeña extendía los brazos como si volara. La sonrisa de Mariana era radia