El amanecer en Alzhar llegaba con una luz dorada que se filtraba por las cortinas de seda, pero para Mariana, cada nuevo día se había convertido en un recordatorio constante de la tormenta que había desatado. Sentada frente al espejo de su habitación, observaba su reflejo con ojos críticos. Físicamente parecía la misma, pero algo en su mirada había cambiado. Una sombra de culpabilidad se había instalado allí desde el enfrentamiento entre Khaled y Rashid.
—Tú no provocaste esto —se dijo en voz baja, pero las palabras sonaban huecas incluso para ella misma.
Se recogió el cabello en una coleta sencilla y se aplicó un mínimo de maquillaje. Hoy debía concentrarse en los niños. Ellos merecían estabilidad, no verse arrastrados en el torbellino emocional que había desatado su presencia en el palacio.
Cuando salió de su habitación, el palacio ya bullía de actividad. Los sirvientes se movían con eficiencia silenciosa, preparando el desayuno y organizando las tareas del día. Mariana caminó hacia