El sol de la tarde caía sobre el palacio, bañando los jardines con una luz dorada que hacía brillar las fuentes y resaltaba los colores de las flores cuidadosamente dispuestas. Mariana caminaba entre los rosales, supervisando a Amira y Faisal mientras jugaban. La pequeña corría persiguiendo mariposas, su risa cristalina resonando en el aire, mientras su hermano mayor construía elaboradas fortalezas con piedras pequeñas que encontraba en el camino.
Tres meses habían pasado desde que Mariana y Khaled habían formalizado su relación ante la familia real. Aunque las miradas de desaprobación no habían cesado por completo, la mexicana había aprendido a moverse con mayor seguridad entre los intrincados pasillos del poder en Alzhar. Su posición como la elegida del jeque le otorgaba respeto, pero también la convertía en blanco de escrutinio constante.
—Señ