El sol se ponía sobre el palacio, tiñendo las paredes de un dorado intenso que contrastaba con las sombras alargadas. Khaled observaba desde la ventana de su despacho, con las manos entrelazadas tras la espalda. Su mente vagaba por recuerdos que creía olvidados, pero que ahora regresaban con una claridad perturbadora.
Rashid. Su nombre evocaba una mezcla de emociones contradictorias. Habían crecido juntos, compartido juegos, estudios y confidencias. Pero siempre había existido esa vena competitiva, ese deseo insaciable de Rashid por demostrar su superioridad. No era simple rivalidad entre primos; era algo más profundo, más calculado.
—Alteza —la voz de Farid interrumpió sus pensamientos—. Los invitados comenzarán a llegar en una hora.
Khaled asintió sin volverse.
—¿Está todo preparado?
—Sí, señor. El salón principal