LA MADRE DEL HIJO OCULTO DE MI HERMANO, YAMILA
LA MADRE DEL HIJO OCULTO DE MI HERMANO, YAMILA
Por: Anne Zamora
PREFACIO

PREFACIO

—¡No quiero ser padre Yamila! ¡Además nada me garantiza que ese niño sea mío!… ¡Nada!

—¡Andres! ¡No me puedes hacer esto!¡Mi padre me matará si sabe que estoy embarazada, y que no me voy a casar!— explique sin poder creer lo que acaba de decirme el hombre al que me entregue entera sin ninguna reserva.

—¡No me interesa como reaccione tu padre!— me escupé Andres en la cara y siento como que puedo desmayarme.

—¡Idiota!¡ Mi padre es arabe! ¿Sabes la vergüenza que significa tener una hija soltera embarazada? ¡Incluso me pueden apedrear en la calle!— recalqué casi a los gritos sin poder creerme que ese idiota sea capaz de salirme con semejante bajeza.

—No me importa Yamila… no me importa nada. Lo que sea que hallamos tenido se acabó desde el momento que decidiste embarazarte— sentencia y no puedo evitar que las lágrimas bañen mis mejillas.

Otra vez ese sueño que me roba la calma. No es solo un sueño, o una escena creada por mi cabeza, es el recuerdo de mi error. Apartó las malas ideas d emi cabeza, ya que no me hacen bien ni al bebé, ni a mi.

Despierto temprano, ya que me resulto bastante difícil conciliar el sueño durante toda la noche. Un dolor extraño me estuvo molestando… me duele un poco la cadera y siento que el corazón se me quiere salir del pecho.

El reloj apenas marca más seis de la mañana, pero aún así siento que me hago pis. Así que como puedo intento ponerme de pie, después de apartar las mullidas sábanas. Es pesado moverse con un embarazo de nueve meses.

Tan pronto pongo los pies en el piso un líquido transparente corre por mis piernas, y hace un charco en el piso.

«¡El momento llegó!»

«¡Estoy de parto!»

«¿¡Por Allah! Ahora que hago?»

Leí todas las revistas, todas las apps telefónicas que me brindaban información para cuando esté momento llegará, pero aún así estoy aterrada.

Camino despacio saliendo de mi anotación, las contracciones están comenzando, y esto está yendo muy rápido, pues el dolor que antes creí que era una estupidez, se ha multiplicado por mil.

Logró llegar a la habiatacion de mi padre, y tocó despacio. Luego del tercer toque la puerta se abre.

—El momento llegó— le dejó saber a mi padre que habré la puerta asustado, a penas amanece y sin dudas esto también lo ha tomado por sorpresa.

—¡No te preocupes, Yamila!¡ Estoy contigo y todo saldrá bien!

En un cuarto de hora estamos ya en el coche dirigiéndonos al hospital, donde había programado que fuera el parto.

—¡Aahhrrr! ¡Llama a Camil!— le ordenó a mi padre entre una contracción y otra. Ciertamente están llegando más seguidas y mucho más dolorosas—. ¡Llama a mi hermana!

—¡Tú hermana también está embarazada, Yamila! ¡No creo que le permitan entrar contigo!— con la certeza absoluta de que esto no va bien vuelvo a pedir por mi hermana.

—¡Tu solo llámala, papá!— le insisto a mi padre, Justo antes de que el dolor de la próxima contracción me superara del todo.

Llegamos al hospital, y tal como creí, las cosas no iban bien. Tan pronto los médicos me revisaron confirmaron que así era. Mi presión arterial estaba por los aires, y una preeclampsia a estas alturas no era un buen presagio de que este embarazo terminaría bien. Había leído tanto del tema, y sabía que esto podía ocasionar complicaciones serias, incluso mortales, para el bebé y para mi.

Enseguida me llevaron al salón de parto, y un poco antes de que comenzara con la labor llegó Camil. También se le veía aterrada. Tenía unos siete meses de embarazo, pero su barriguita era incluso más grande que la mía.

—¡Camil!— gimoteé tan pronto la vi, ante mi padre me hacía la fuerte, pero ante mi hermana era distinto.

—¡Shhh! ¡Todo estará bien!— trato de tranquilizarme ella.

—¡No, no todo está bien!¡Mi presión no está bien!— dije aguantando las lágrimas—. Sé que los médicos han tratado de esperar a que se normalice, pero también sé que ya no se puede aguardar más.

—¡Solo estás paranoica! No eres Obstetra, y yo tampoco, ¡dejemos que hagan su trabajo!— me trato de contener mi hermana.

—¡Prométeme dos cosas!— le exigí en medio de la desesperación—. ¡Prométeme que si hay que salvar a uno de nosostros, salvarás al bebé!

—¡No seas ridícula! ¡Todo irá bien!— me dijo con conviccion—. Sé que es normal estar aterrada, viví lo mismo con el embarazo de Emira , ¡pero todo irá bien!

—¡No me importa! ¡ Prométemelo— chille con un nudo en la garganta, y con el dolor en el pecho. El dolor que producía el solo imaginarme que dejaría a mi hijo solo, y que no vería su carita, si todo salía mal.

—Está bien… ¿Qué otra cosa quieres que te prometa?— musitó Camil con tono afectado, asintió pero no dijo las palabras que yo necesitaba escuchar—. ¿Hay algo más? — preguntó ella tomando mi mano mientras yo soportaba los efectos de una fuerte contracción.

—¡Llama al padre de mi bebé!— pedí sollozando—. ¡Llámalo y pídele que venga!

Camil sacó su teléfono y de inmediato marcó el número que yo le dicte, y después de varios tonos, la voz soñolienta de Andrés se escuchó en el altavoz.

—Es la hermana de Yamila— se identificó Camil, y solo recibió silencio del otro lado de la línea– Ella está teniendo a su bebé y creí que a usted le interesaría saberlo…

—¡Creíste mal!— respondió aquella voz alterándome mucho más de lo que ya estaba—¡Yo no tengo nada que ver con esa mujer y ese Niño!— respondió con cinismo y desprecio—. ¡No vuelva a llamarme!

Camil me miró boquiabierta, y yo encajé las uñas en la piel de mis muslos para mitigar el dolor que esa llamada había provocado en mi. Me dolía más que el propio trabajo de parto en si.

Ese día Andres Sandarti murió para mi. Esa fue la última vez que escuché su voz, y la primera vez que hice algo bien por mi misma.

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