Damon
Cassie ya no ríe.
Y eso, joder, eso me está partiendo por dentro.
El entrenamiento se ha vuelto su droga. Cada amanecer la encuentra empapada en sudor, con los nudillos abiertos y la mirada perdida en algo que no sé si puedo alcanzar. Se mueve como si su cuerpo estuviera intentando huir de sí mismo. Como si cada golpe al saco, cada estocada, cada giro, fuera un intento desesperado por dejar atrás algo que la persigue por dentro.
Y yo… yo solo la observo. Porque cada vez que me acerco, se me escapa.
—Tu defensa está bajando al girar el torso —le dije esta mañana. Su mirada fue un cuchillo afilado que me cortó sin tocarme.
—¿Y qué? ¿Vas a corregirme o a castigarme por ello? —escupió, sin detenerse.
No era Cassie. No mi Cassie.
Esta versión suya tenía una frialdad que no sabía manejar. No con ella. La pasión que solía arder en sus ojos ahora era un fuego apagado, uno que deja cenizas, no calor. Y, sin embargo, no me rendía. Nunca he sido de los que huyen cuando se pone difícil. Ell