Estábamos dentro de un domo mágico, ocultos de un peligro que podíamos ver y sentir aunque ellos no.Mi padre con un grupo de lobos, incluyendo a mi ex prometido, al que abandoné por amor a un humano. Había pasado mucho tiempo sintiéndome segura entre personas maravillosas, la aldea de Naya había sido nuestro hogar, pero ahora no podíamos volver allá. El miedo heló mis huesos cuando mi padre en forma de lobo con sus dientes manchados de sangre olfateaba el suelo cerca del domo.— Estuvieron aquí, puedo oler su aroma, pero parece perderse. – dijo mi padre, sus ojos rojos y llenos de furia salvaje me hacían olvidar el lobo qué un día llamé con amor: Padre.Ahora era un depredador despiadado en busca de su presa, mi hijo.Mi pequeño Aldan mostró sus dientes y gruñó. Él podía ver a mi padre y a los otros lobos desde dentro del domo mágico, sin comprender que por fortuna ellos no podían verlo ni escucharlo
Mis uñas se enterraban con la fuerza de las raíces de un pino, mi cuerpo entero estaba en versión ataque, tan tenso que mis ligamentos parecían estar a punto de romperse. La oscuridad del bosque se espesaba aún más, envolviendo todo a nuestro alrededor como un manto oscuro y denso, haciendo difícil respirar. No era solo el peligro inminente lo que nos helaba la sangre, sino la sensación de que algo más grande que nosotros acechaba, esperando el momento oportuno para atacar.Eirik y yo permanecíamos en silencio, observando cada sombra, cada movimiento, atentos a cualquier signo de peligro. Aldan, refugía en sus brazos, temblando levemente, su pequeño cuerpo presionando contra el de su padre como un ancla en medio de la tormenta.De repente, el aire se cargó de una tensión indescriptible. Un fuerte aullido rasgó el manto del silencio de la noche, haciendo que mis orejas se alzaran automáticamente y mis garras se clavaran
El aire del bosque olía a tierra mojada, a sangre seca y a ceniza. Cada paso que dábamos se hundía en el lodo fresco, dejando una huella pesada, como si la tierra misma intentara retenernos. Las ramas bajas arañaban mi piernas desnudas tras la transformación, pero no tenía tiempo de cubrirme ni de detenerme. Eirik me había dado su chaqueta pero no cubría todo mi cuerpo.Mientras que Eirik con Aldan envuelto en una capa raída lo envolvía con tanto cariño, como a su mayor tesoro. Él se movía delante de mí, rápido, decidido, sin mirar atrás.La luna, antes testigo de nuestra desgracia, se escondía ahora tras nubarrones cargados de lágrimas amargas, como si anunciara lo que se avecinaba. Cada sombra parecía un susurro, cada crujido bajo nuestros pies era una advertencia. Nuestros nuestros sentían el peso del temor.Corríamos, tan rápido como nuestros pies nos lo permitían. Hacia dónde, no lo sabíamos, sólo corríamos.
La noche no acababa nunca.Corríamos sin descanso, siguiendo rastros casi invisibles, hojas pisadas, ramas rotas, pequeñas señales que quizás ni siquiera eran suyas. El aire estaba denso, tan cargado de humedad y sombras que costaba respirar. La niebla se aferraba a nuestra piel como un mal presagio, como un velo que quería cegarnos.—Tiene que haber ido por aquí… —dijo Eirik por quinta vez, su voz salió quebrada de su garganta por la desesperación. Pero yo ya no lo escuchaba.No de verdad.Algo dentro de mí había empezado a apagarse desde que Aldan desapareció entre las sombras. Sentía un vacío dentro de mí cómo un pozo sin fondo que se había abierto en mi pecho. El miedo era ácido en mi garganta, el dolor un grillete que me arrastraba a un abismo.Y, sin embargo, no podía detenerme.No iba a detenerme, él era mi cachorro, aunque ya no era
Eirik estaba mal herido, debíamos ayudarlo, mi corazón se desangraba de angustia al verlo. Kael y todos los demás se habían como nubes grises después de una tormenta. De repente mi cachorro hizo un movimiento con su mano y un ser mítico apareció. Al principio me pareció una figura abstracta en medio de la niebla hasta que tomó forma de un caballo negro, tan negro como la noche. Bajamos del árbol y con todas mis fuerzas subí a Eirik en el caballo, una vez él estuvo sobre él, su cuerpo débil cayó de frente, abrazándose al cuello del caballo.— No te preocupes mamá, papá estará bien. – me dijo Aldan y desapareció como la niebla. Estaba tan cansada, pero no podía rendirme, debía llevar a Eirik a la aldea de Naya, a nuestra cabaña, ese era el único lugar seguro en el que podía pensar en ese instante. El caballo empezó a caminar como si silueta a donde ir, y yo solo pude
No podía moverme. Sentía el cuerpo congelado por dentro, como si el alma se hubiese replegado, demasiado asustada del peso que ahora caía sobre nosotros. Las palabras del abuelo de Eirik se repetían en mi mente como un eco maldito:“Nunca volverá a amarlos como ahora.”Después de días de sentirlo perdido por culpa de esos seres oscuros, Aldan había vuelto con nosotros. Eta como un grito de esperanza escuchado por los espíritus ancestrales. Eirik y yo no sabíamos si alegrarnos al tenerlo de vuelta a temer por eso. Todo era tan confuso, tan extraño como real. Mi cachorro, estaba acurrucado en el regazo de Eirik, respiraba agitado. Sus ojos... cambiaban por momentos. Se abrían y cerraban como si dentro de él dos voluntades pelearan por el dominio de su ser. Por momentos era él, mi pequeño cachorro… y luego, no. Luego era algo más complejo y extraño. Algo que me erizaba la piel.—Esto no está bien —murmuró Ei
El camino de regreso me pareció interminable.Cada paso que dábamos era como cargar con todo el peso de nuestras derrotas, como arrastrar las esperanzas que apenas nos quedaban. La luna brillaba sobre nuestras cabezas, fría e indiferente, bañando el sendero de un resplandor fantasmal. Nadie decía una palabra. Hasta el viento, eterno compañero de nuestras andanzas, había callado. Como si el mundo entero aguardara, conteniendo el aliento, el desenlace de nuestra travesía.Cuando finalmente llegamos a la cabaña oculta entre los árboles, el corazón me latía tan fuerte que apenas podía respirar. Allí nos esperaba el misterioso aliado. Aquel ser de mirada insondable que parecía habitar un lugar intermedio entre la luz y la oscuridad.Se levantó lentamente al vernos llegar, como si ya supiera todo lo que había ocurrido. Su figura envuelta en ropajes oscuros apenas se movió cuando susurró:—
Soy Lyra, la hija del Alfa Kaelen, y mi vida siempre ha estado marcada por las expectativas que pesan sobre mí, por las reglas que la manada impone, y por el destino que mi padre ha trazado para mí desde el momento en que nací. Tengo 21 años, lo suficientemente mayor para ser la futura esposa de un guerrero de la manada, lo suficientemente joven para seguir siendo su hija, pero nunca lo suficiente para ser yo misma.Mis ojos no brillan por amor, ni por deseo. Brillan por obedecer. El hombre con el que estoy comprometida es un guerrero fuerte y respetable, pero mi corazón no late por él. Sus gestos me parecen un recordatorio constante de lo que se espera de mí: ser una figura de poder, una líder, una mujer cuya vida gira en torno a la manada, que debe servir y no preguntar.Me miran como si fuera una joya, preciosa, de gran valor, pero atrapada en una caja de cristal. Y a veces, cuando las reglas se vuelven demasiado pesadas, me pregunto si esta es la