MISION HERMANITO (II)
La habitación olía a sexo y piel caliente. Lucy jadeaba sobre las sábanas arrugadas, con la tanga negra aún enganchada en un muslo y los pechos libres, oscilando con cada movimiento. Eros la tenía de lado, un brazo enredado en su cintura mientras su cadera chocaba con sus nalgas con un ritmo que hacía crujir el colchón.
—Así... así de bien me aprietas, mi vida —gruñó, hundiendo los dedos en su carne mientras la empujaba más fuerte—. Este coño se hizo para mí.
Lucy arqueó la espalda, sintiendo cómo cada embestida la estiraba por dentro. Él era grande, siempre lo había sido, y después de tanto tiempo, la quemaba. Pero el dolor se mezclaba con el placer, convirtiéndose en una necesidad insaciable.
—Eros... ahí, justo ahí— gimió, clavando las uñas en su muslo.
Él respondió con una carcajada baja y animal.
—¿Ahí? —repitió, cambiando el ángulo deliberadamente para rozarle ese punto que la hacía ver estrellas—. Dime cuánto lo necesitas.
Ella no pudo responder. Porque un