C3-NECESITA UNA ESPOSA.

C3-NECESITA UNA ESPOSA

Eros despertó con la luz del sol filtrándose por las cortinas de su habitación. Abrió los ojos lentamente, acostumbrándose a la claridad, y sintió un peso a su lado: una mujer con el cabello desordenado y una sonrisa adormilada en el rostro.

Sin decir nada, se sentó en el borde de la cama, dejando que las sábanas cayeran y revelaran su torso trabajado. Su piel bronceada estaba decorada con tatuajes oscuros, símbolos que hablaban de su pasado con la mafia albanesa. Su cabello oscuro caía desordenado sobre su frente, y sus ojos grises brillaban con una intensidad fría, casi inhumana.

Era el tipo de hombre que no pasaba desapercibido, y lo sabía. Caminó hacia el baño, pero una voz lo detuvo.

—¿Quieres que te prepare el desayuno? —preguntó la mujer, con una voz dulce mientras lo miraba desde la cama.

Se giró hacia ella, y cualquier rastro de calidez en sus ojos desapareció.

—No hace falta —respondió—. Y tampoco tienes que regresar. Puedes tomar tus cosas e irte.

El rostro de la mujer cambió al instante. La decepción era evidente, aunque intentó disimularla con una sonrisa coqueta. Se levantó de la cama, dejando caer la sábana que cubría su cuerpo, y caminó hacia él. Colocó una mano en su pecho, deslizando los dedos sobre sus músculos marcados.

—¿Estás seguro? —susurró, intentando seducirlo—. Podría quedarme un mes más...

Eros apartó su mano.

—Vete —dijo, sin más explicaciones.

Sin esperar una respuesta, caminó hacia el baño completamente desnudo, dejando a la mujer detrás. Ella frunció los labios, claramente molesta, pero no dijo nada más.

Cuando salió del baño, con el cabello húmedo y una toalla alrededor de su cintura, la mujer ya no estaba. Pero sobre la mesita de noche había una nota.

"Eres tan frío como hermoso. Espero que algún día sientas lo que es que alguien te deje primero".

Dejó escapar un suspiro y arrugó la nota sin darle importancia. Era algo que había leído antes, y no le afectaba. Sabía cómo terminaban siempre estas cosas.

Se vistió con un traje oscuro perfectamente ajustado y bajó las escaleras. Su asistente, Pierre, lo esperaba en el comedor con una tablet en la mano. Sobre la mesa ya estaba servido el desayuno.

—Su itinerario para hoy, señor —comenzó Pierre mientras revisaba—. A las diez tiene una reunión con los inversores en la sede de la empresa. Después, a las dos, está programada una inspección en el nuevo club. Por la noche, hay una cena con los socios de la firma.

Eros asintió mientras cortaba un trozo de fruta. Sus negocios eran variados, algunos turbios y otros completamente legítimos. En Francia, tenía empresas dedicadas a la moda y al diseño, pero también poseía clubes exclusivos que ofrecían experiencias únicas para una clientela exigente.

Pierre continuó hablando hasta que, de repente, hizo una pausa. Eros lo notó de inmediato.

—¿Qué pasa? Suéltalo —dijo, tomando su vaso de zumo de naranja.

El asistente tragó saliva, visiblemente nervioso.

—Bueno... es que... hay noticias de la Orden, señor. Y no son buenas.

Dejó el vaso sobre la mesa con calma, pero su mirada se endureció.

—Habla —ordenó.

—El señor Donatello dice que usted no es candidato para entrar.

Las manos de Eros se cerraron alrededor del cuchillo que sostenía, lo que hizo que Pierre retrocediera instintivamente.

—Petit morceau de merde italienne (pedazo de m****a italiana) —murmuró entre dientes. Luego, alzó la mirada hacia su asistente, y su tono se volvió más frío—. ¿Quién se cree ese imbécil para negarme la asociación?

Pierre, incómodo, ajustó sus lentes.

—Bueno, técnicamente... usted está incumpliendo las normas, señor.

Él lo miró peligrosamente.

—¿De qué lado estás, Pierre?

—¡De su lado, señor! —se apresuró a aclarar Pierre—. Pero... una de las reglas de la Orden es que sus miembros tienen que estar casados.

El ceño de Eros se frunció.

—¿¿Casado?? ¿Qué tipo de estupidez es esa?

—Es por apariencia, señor. La Orden quiere proyectar una imagen de estabilidad. Creen que un hombre casado es más confiable.

Eros resopló, irritado.

—Son unos idiotas. Una esposa solo te hace débil.

—Tiene razón, señor. Pero... necesita una esposa.

Gruñó y mientras masticaba pensativo, una idea cruzó su mente. Y luego una sonrisa ladeada apareció en su rostro.

—Consigue una actriz —ordenó.

Pierre parpadeó, confundido.

—¿Una actriz?

—¿Estás sordo? Sí, una actriz. Que finja ser mi esposa.

Pierre asintió rápidamente y salió a cumplir la orden.

Eros siguió desayunando, mientras pensaba en su objetivo y la razón por la que quería entrar a la Orden: vengar la muerte de su madre. Y si para lograrlo tenía que fingir ser un marido perfecto, lo haría.

Pero solo sería eso: una farsa.

Más tarde ese día, estaba en su estudio, analizando los balances financieros de los últimos meses, revisando una cifra con atención, cuando llamaron a la puerta.

—Adelante —dijo, sin apartar la vista de los papeles.

La puerta se abrió lentamente, y el mayordomo asomó la cabeza.

—Perdón, señor, pero... tiene una visita.

Dejó el bolígrafo sobre la mesa con un leve clic, y sus ojos grises se alzaron hacia el hombre. Su rostro mostró de inmediato una mezcla de fastidio por la intromisión.

—Si es Amélie, dile que se largue. Y si no lo hace, dile que voy a soltar a mis rottweilers para que la escolten hasta la salida —dijo, recargándose en el respaldo de su silla.

El mayordomo se aclaró la garganta, incómodo.

—Me temo que no es la señorita Amélie, señor. Se trata de otra mujer.

Eros arqueó una ceja, sus ojos se entrecerraron con desconfianza, y su expresión se endureció aún más.

—¿Otra mujer? ¿Quién?

—Su cuñada, señor...

Por un instante, el rostro de Eros se congeló en una expresión de absoluta sorpresa, algo poco habitual en él. Se puso de pie con un movimiento brusco mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar. Sabía que tenía una cuñada, claro. La esposa de su hermano, Ezra Dervishi, uno que no había visto en años. Él y Ezra eran hermanos de sangre, pero también enemigos. Y la sola idea de que ella estuviera ahora en su casa lo puso en alerta.

Sin embargo...

—Hazla pasar —ordenó finalmente.

El mayordomo asintió y desapareció por la puerta, dejando a Eros solo en el estudio. Durante unos segundos, permaneció inmóvil, sus pensamientos corriendo a toda velocidad. ¿Por qué la esposa de su hermano estaba en su casa? Y, sobre todo, ¿qué quería de él?

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