SOY TU PAPI

Cristina

—Soy rudo, Cristina. Entre estas paredes no me porto bien —dijo Gabriel mordiéndome el cuello mientras me levantaba, acunándome el trasero con un pellizco que lo consumía. Me encantó cómo me cargó por el vestíbulo, con las piernas envueltas alrededor de su cintura, estrellándome contra una pared que formaba un cuerpo en espiral, un desastre torcido.

—Ya no quiero más—, grité, —Tengo muchas ganas—. Estaba tan mareada, jadeando mientras él movía su mano inferior para acunar mi montículo, abriéndome de par en par. No podía dejar de besarme, besándome de una forma que parecía apresurada pero lenta, sus dedos clavándose en mi piel sensible.

—Bien —gruñó—. Regla número uno: no soy tu guardián, soy tu maldito papi.

—¿Papi?— grazné.

Gabriel me deslizó fuera de su cintura, me dobló y me empujó contra la encimera de la cocina, haciendo que el tirante de mi vestido se cayera y mi estómago quedara encajado entre el granito blanco y frío y él.

¡Golpe!

Un estallido resonó en la cocina cuan
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