Cristina entró en el antiguo salón de la casa de su abuelo. El aroma a madera y a café recién hecho le trajo un torrente de recuerdos que le apretaron el pecho. Lucas, su abuelo, estaba sentado en su sillón favorito, envuelto en una manta tejida a mano. Al verla, su mirada se iluminó y, con un esfuerzo, logró incorporarse un poco.
—Hija… —dijo con voz ronca pero cargada de emoción—. ¿Puedo saber por qué te fuiste sin despedirte de este viejo?
Cristina bajó la mirada, incapaz de sostenerle la suya. Caminó hasta él y se arrodilló a su lado, tomando sus manos arrugadas entre las suyas.
—No podía… —murmuró con un hilo de voz—. No podía despedirme de nadie, abuelo. No quería ver a nadie. Esto… todo esto fue muy duro para mí. Divorciarme de Elio… no fue fácil.
—Lo sé —dijo Lucas, asintiendo con tristeza—. Se notaba cuánto lo amabas.
Cristina respiró hondo, sintiendo cómo se le formaba un nudo en la garganta.
—Aún lo recuerdo como si fuera ayer, abuelo… y eso me duele mucho. Demasiado.
Lucas