La fotografía había comenzado a circular por los círculos de la alta sociedad como un virus. Valentina había sido meticulosa en su distribución: primero a las mujeres más chismosas de su círculo social, luego a los socios de negocios de Damián, y finalmente, como el golpe de gracia, directamente a la bandeja de entrada de correo electrónico de su exnovio.
Tamara no se enteró hasta que llegó a las oficinas de Voss Industries esa mañana y encontró las miradas de los empleados siguiéndola como dagas envenenadas. El murmullo constante que normalmente acompañaba a una oficina ocupada se detenía abruptamente cuando pasaba, solo para reanudarse en susurros urgentes una vez que se alejaba.
Su asistente, una mujer mayor llamada Agnes que había trabajado para la familia durante décadas, la esperaba en la puerta de su oficina con una expresión que mezclaba pena y vergüenza.
—Señora Voss, creo que hay algo que debería ver antes de que... antes de que el señor Voss llegue.
Agnes le entregó una tablet con manos temblorosas. En la pantalla, la imagen era cristalina: Tamara en los brazos de Ethan, sus labios unidos en un beso que parecía mucho más íntimo de lo que había sido en realidad. El ángulo de la fotografía había sido elegido expertamente para sugerir una pasión descontrolada, una mujer casada completamente perdida en los brazos de su amante.
Tamara sintió que el suelo se movía bajo sus pies.
—¿Dónde conseguiste esto?
—Está en todas partes, señora. Los correos electrónicos, las redes sociales privadas, incluso algunos blogs de chismes ya la han publicado. —Agnes bajó la voz—. El señor Voss recibió una copia hace una hora.
Como si sus palabras hubieran sido una invocación, la puerta de la oficina se abrió de golpe. Damián entró como una tormenta, su traje perfectamente cortado no pudiendo ocultar la furia que irradiaba de cada línea de su cuerpo.
—Fuera —le dijo a Agnes sin apartar los ojos de Tamara.
La asistente se retiró rápidamente, cerrando la puerta tras ella.
El silencio que siguió fue más aterrador que cualquier grito. Damián caminó lentamente hacia el escritorio de Tamara, colocó su teléfono sobre la superficie de madera y deslizó el dedo por la pantalla. La misma fotografía apareció, ampliada y despiadadamente clara.
—¿Tienes algo que decir sobre esto?
Su voz era peligrosamente controlada, como un volcán momentos antes de la erupción.
Tamara tragó saliva, buscando las palabras correctas en una situación donde no las había.
—Damián, puedo explicarte...
—¿Explicarme? —La risa que escapó de él fue amarga y sin humor—. ¿Vas a explicarme cómo mi esposa aparece besándose apasionadamente con otro hombre en una habitación privada?
—No fue lo que parece. Fue una trampa.
—Por supuesto que fue una trampa. —Damián se acercó más, su presencia llenando el espacio como una amenaza—. La trampa que tú pusiste para mí desde el momento en que accedí a casarme contigo.
—¡Eso no es cierto!
—¿No? ¿Me vas a decir que esta fotografía está manipulada? ¿Que ese hombre te forzó a besarlo?
Tamara abrió la boca para responder, pero se detuvo. Porque lo cierto era que, por un momento, se había perdido en ese beso. Por un momento, había deseado a Ethan Key con una intensidad que la asustaba.
Su silencio fue más condenatorio que cualquier palabra.
—Exactamente —murmuró Damián—. No tienes defensa porque no la hay.
Dos horas después, toda la oficina era un hervidero de rumores. Damián había convocado una reunión de emergencia del consejo directivo, supuestamente para abordar "asuntos personales que podrían afectar la reputación de la empresa". Tamara se había refugiado en su oficina, rechazando llamadas telefónicas e ignorando los mensajes de texto que no dejaban de llegar.
Fue entonces cuando Ethan apareció.
Entró sin tocar, cerrando la puerta tras él con una expresión que Tamara no había visto antes. Había algo salvaje en sus ojos, algo desesperado.
—Tamara, tengo que decirte la verdad.
Ella levantó la vista de los documentos que había estado fingiendo revisar, su rostro mostrando una frialdad que no sentía.
—¿La verdad? ¿Cuál verdad, Ethan? ¿La verdad de que estoy siendo chantajeada con esa fotografía? ¿O la verdad de que mi matrimonio está destruido?
—La verdad de que todo esto fue planeado. —Las palabras salieron de él como una confesión forzada—. Valentina me pagó para acercarme a ti. Para seducirte. Para conseguir exactamente esta fotografía.
El mundo de Tamara se detuvo. Durante un momento, solo pudo escuchar el sonido de su propia respiración y el tic-tac del reloj en la pared.
—¿Qué dijiste?
—Valentina me contrató para destruirte. Me pagó para que te hiciera caer en una trampa, para que te comprometiera de alguna manera que pudiera usar contra ti. —Ethan se acercó a su escritorio, las manos extendidas en un gesto de súplica—. Pero todo cambió, Tamara. Lo que siento por ti es real.
La risa que escapó de Tamara fue áspera y dolorosa.
—¿Real? ¿Me estás diciendo que tus sentimientos son reales después de confesar que fuiste pagado para fingirlos?
—Sé cómo suena, pero...
—¿Cuánto? —lo interrumpió—. ¿Cuánto te pagó para destruir mi vida?
Ethan cerró los ojos como si las palabras lo hubieran golpeado físicamente.
—Cincuenta mil dólares.
La cantidad cayó entre ellos como una bofetada. Tamara se levantó lentamente de su silla, sus piernas apenas capaces de sostenerla.
—Cincuenta mil dólares —repitió—. Ese es el precio de mi humillación.
—Tamara, por favor, déjame explicarte...
—Sal de mi oficina.
—No puedo dejarte así. Sé que cometí un error terrible, pero lo que hay entre nosotros...
—¡SAL DE MI OFICINA!
El grito resonó por toda la planta. A través de las paredes de cristal, Tamara pudo ver cabezas girándose, empleados deteniéndose en sus tareas para observar el drama que se desarrollaba.
Ethan la miró durante un largo momento, como si quisiera decir algo más, pero finalmente se dirigió hacia la puerta.
—Esto no termina aquí, Tamara. Voy a arreglar lo que he roto.
Después de que se fue, Tamara se desplomó en su silla, temblando. Había confiado en alguien por primera vez en años, había comenzado a creer que quizás merecía ser amada, y todo había sido una mentira comprada y pagada.
La confrontación final llegó esa misma tarde en el salón de conferencias principal de Voss Industries. Damián había reunido a los miembros del consejo, a los ejecutivos senior, y aparentemente, a cualquiera que tuviera suficiente influencia como para hacer que la humillación de Tamara fuera lo más pública posible.
Cuando entró al salón, las conversaciones se detuvieron abruptamente. Valentina estaba allí, por supuesto, sentada junto a Damián con una expresión de preocupación perfectamente ensayada. Scarlett Winters también estaba presente, sus ojos brillando con una satisfacción apenas contenida.
—Tamara —dijo Damián, levantándose de su asiento—. Qué bueno que puedas acompañarnos.
Su tono era cortés pero gélido, el tipo de formalidad que se usa con extraños indeseables.
—¿De qué se trata esto, Damián?
—Se trata de reputación. De honor. De las cosas que claramente no significan nada para ti.
Tamara sintió las miradas de todos los presentes como pesos físicos sobre sus hombros.
—Si tienes algo que decir, dilo.
Damián sonrió, pero no había calidez en esa expresión.
—Todos aquí han visto la fotografía, Tamara. Todos saben lo que has hecho.
—¿Y qué es exactamente lo que creen que he hecho?
—Has engañado a tu esposo. Has traicionado tu matrimonio. Has humillado a esta familia.
Cada acusación fue pronunciada con veneno.
—¿Traicionado nuestro matrimonio? —La risa que escapó de Tamara fue amarga—. ¿Qué matrimonio, Damián? ¿El contrato comercial que firmamos hace tres años? ¿La transacción que tú mismo me recuerdas cada día?
—No cambies el tema. Esto no es sobre la naturaleza de nuestro matrimonio. Esto es sobre tu falta de carácter.
Fue entonces cuando Valentina decidió hacer su entrada teatral. Se levantó lentamente, llevándose un pañuelo a los ojos con el timing perfecto de una actriz experimentada.
—Oh, Damián —murmuró con voz quebrada—. Me duele tanto ver cómo te han traicionado. Después de todo lo que has hecho por ella, todo lo que has sacrificado...
Las lágrimas que rodaron por sus mejillas eran perfectamente auténticas, producto de años de práctica en manipulación emocional.
—Valentina, por favor —dijo Damián, su voz suavizándose por primera vez en toda la conversación—. No tienes que torturarte con esto.
—Pero me duele, mi amor. Me duele verte sufrir por alguien que claramente nunca te merecío.
El uso del posesivo "mi amor" no pasó desapercibido para nadie en la habitación, especialmente para Tamara.
—¿Eso es todo? —preguntó Tamara, su voz cortando a través del drama como una hoja—. ¿Van a continuar con esta farsa, o podemos llegar al punto?
Damián se giró hacia ella con ojos que ardían de furia.
—El punto, querida esposa, es que esto se acabó.
Se acercó a ella con pasos medidos, su presencia llenando el espacio entre ellos.
—¿Qué se acabó?
—Todo. Este matrimonio, tu posición en esta empresa, tu lugar en esta familia.
Tamara sintió como si le hubieran arrojado agua helada.
—Damián...
—No. —Su voz se alzó, llenando el salón—. No voy a escuchar más excusas. No voy a tolerar más humillaciones.
La tomó del brazo con una fuerza que la hizo tambalearse, arrastrándola hacia el centro del salón donde todos pudieran verla claramente.
—¡Desde hoy este matrimonio se acabó! —gritó, su voz resonando por todo el edificio—. ¡No volverás a humillarme jamás!
El silencio que siguió fue ensordecedor. Tamara pudo sentir las miradas de todos los presentes, el peso de su juicio, la satisfacción apenas contenida de sus enemigos.
Pero por primera vez en tres años, algo cambió en sus ojos. Donde antes había habido resignación, ahora había algo diferente. Algo peligroso.
Se liberó del agarre de Damián con un movimiento brusco y lo miró directamente, sin bajar la cabeza, sin mostrar la sumisión que él esperaba.
—Tienes razón —dijo, su voz clara y firme—. Este matrimonio se acabó.
Damián parpadeó, claramente sorprendido por su respuesta.
—Pero hay algo que tú y todos los presentes deberían entender —continuó Tamara, su voz ganando fuerza con cada palabra—. He pasado tres años siendo invisible, siendo tolerada, siendo tratada como una carga. He aceptado humillaciones que ninguna mujer debería tolerar.
Caminó lentamente alrededor del salón, mirando a cada persona presente.
—Pero ya no más.
Sus ojos encontraron los de Valentina, quien había dejado de fingir lágrimas y ahora la miraba con algo parecido al miedo.
—Porque una esposa despreciada puede convertirse en algo mucho más peligroso que lo que cualquiera de ustedes imagina.
Y con esas palabras, Tamara Castellanos—ya no Voss—salió del salón con la cabeza en alto, dejando atrás no solo un matrimonio roto, sino también la mujer sumisa que había sido.
Lo que no sabían era que la verdadera guerra apenas comenzaba.