El mundo de Tamara se redujo a una sola verdad imposible: Valentina Moreau era su hermana gemela.
No prima lejana. No coincidencia. Hermana. Sangre de su sangre. Separada al nacer por personas que habían tratado sus vidas como experimento científico.
—No puede ser verdad —susurró, pero incluso mientras hablaba, piezas encajaban con horrible claridad.
La similitud en sus rostros que Tamara siempre había atribuido a casualidad. La forma en que Valentina instintivamente entendía sus pensamientos. La conexión extraña que había sentido incluso cuando se suponía que eran enemigas.
Todo había sido diseñado.
Elena, todavía sostenida por guardias pero sonriendo como si acabara de ganar en lugar de perder, habló:
—Puedo ver tu mente trabajando, Tamara. Conectando todas las mentiras. Todas las manipulaciones. Debe ser abrumador descubrir que cada momento de tu vida fue coreografiado.
—¿Valentina sabe? —La voz de Tamara era apenas audible—. ¿Sabe que soy su hermana?
—Por supuesto que no. Ese era