Capítulo 70. El rastro de la sangre y el silencio
El rugido del helicóptero desgarraba la noche, un sonido mecánico y violento que competía con la tormenta.
Ares apenas esperó a que los patines de la aeronave tocaran el suelo fangoso del claro.
Saltó antes de tiempo, sus botas hundiéndose en el barro, con el arma desenfundada y el corazón martillando contra sus costillas con una fuerza que dolía.
La lluvia le golpeó el rostro de inmediato, helada, implacable, pero él ni siquiera parpadeó.
Sus ojos grises estaban fijos en la estructura de madera podrida que se alzaba ante él como una boca negra y dentada: la cabaña.
—¡Despliéguense! —rugió, su voz perdiéndose en el vendaval provocado por las aspas—. ¡Rodeen el perímetro! ¡Nadie sale!
Bennet y el equipo táctico se movieron como sombras letales a su alrededor, pero Ares no esperó.
No podía esperar. Cada segundo era una eternidad, cada latido una posibilidad de que fuera demasiado tarde.
Corrió hacia la puerta, ignorando el protocolo, ignorando el peligro. Su única realidad era Lyann