SALEM

El olor a desinfectante impregnaba cada rincón de la habitación. La luz blanca de los fluorescentes caía implacable sobre las sábanas impolutas de la cama donde Eda estaba sentada. Sus mejillas seguían ligeramente pálidas, y aunque su cuerpo aún mostraba rastros de debilidad, sus ojos reflejaban esa suave determinación que siempre la caracterizaba, mientras que el porte de Christopher era la de un homnre inquebrantable, mientras se mantenía por delante de la doctora.

—Recuerde, señor Davenport —dijo la Médica con tono profesional mientras sostenía una carpeta con instrucciones médicas— La Señora Davenport necesita descansar lo suficiente. Nada de esfuerzos físicos, comidas ligeras, evitar situaciones estresantes... y sobre todo, debe tomar estos medicamentos exactamente a las horas indicadas.

Christopher, apoyado contra la pared con los brazos cruzados sobre el pecho, asintió con un gesto rígido. Su mandíbula estaba tensa, y sus ojos tenían esa sombra permanente de fastidio que Eda no
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