La majestuosa catedral en Suiza resplandecía bajo la luz dorada del atardecer, con sus vitrales proyectando destellos de colores sobre los asistentes. Era un día especial, no solo porque Christopher y Eda unirían sus vidas en sagrado matrimonio, sino porque también celebraban el primer cumpleaños de sus mellizos, Ethan y Emma, quienes serían bautizados en la misma ceremonia de sus padres que ahora van a jurar amor eterno ante Dios.
El aire estaba impregnado de una emoción palpable. Familiares y amigos, todos vestidos de blanco, reflejaban la pureza y la alegría de la ocasión. Al fondo, el coro entonaba una melodía celestial mientras Eda avanzaba por el pasillo, tomada del brazo de su padre. Su vestido, vaporoso y etéreo, se movía con gracia a cada paso. Su mirada se encontró con la de Christopher, quien la esperaba en el altar con los ojos llenos de amor y admiración.
Cuando ella llegó a su lado, Christopher tomó suavemente su mano y el sacerdote comenzó la ceremonia. La emoción en la