— Espera Fabio – Stefano tuvo que agarrar la mano de su hermano que dio un paso al frente.
Ambos con el alma en un hilo al ver las condiciones de Carlotta.
— Ninguno puede salir vivo, Stefano, ¡nadie! – le dijo entre dientes y se metió dentro de su caparazón de fría indiferencia, ese, que le ayudaba a hacerle frente a todas las difíciles negociaciones en su vida.
— Ya veo que no tuviste paciencia para esperar por las indicaciones – la voz de Marino salió burlona al bajarse del auto y pararse frente a su gente.
A nadie le importaba ir al descubierto, si todos conocían la identidad de sus enemigos y a lo que vinieron.
— Dejémonos de jueguitos de palabras, devuélveme a mi mujer – Stefano se paró frente a sus hombres y varios todoterrenos negros que bloqueaban la carretera.
A su derecha, Fabio con cara de perro rabioso.
— No pensarás que será tan fácil, verdad… Duque – Marino mandó a traer a Carlotta al frente, sujeta por dos hombres en cada brazo, que le quitaron de repente la capucha ne