— Ste…Stefano, no tienes que ser tan hostil, yo acabo de llegar…
— ¡Dime qué escuchaste! ¡¿Quién te dio permiso para entrar a mi oficina?! – caminó como un león hacia ella y la tomó del brazo mirando a su rostro
— ¡Escuchaste mi conversación! ¡¡Habla de una vez Valentina!!
La zarandeó, pero la mujer solo comenzó a llorar, jurando y perjurando que no había escuchado nada, que acababa de llegar.
Stefano se quedó por unos segundos mirando a sus ojos, buscando las mentiras en ellos.
— ¿A qué has venido sin anunciarte?
La soltó al fin arrojándola al sofá como quien suelta a una alimaña y pellizcándose el puente de la nariz.
— Yo, cuando llegué no había nadie afuera, la puerta estaba medio abierta…
— ¡La puerta no podía estar abierta porque la cerré personalmente, si viniste a hablar de lo mismo, con tus mentiras e intrigas, márchate de una maldit4 vez de mi oficina y de mi vida!
— No, ¡espera Stefano!, te venía a decir que mamá está mal en estos días, vine… solo por ella, porque desea ve