Resultó que Adia era ágil y fuerte, pero no era rival para Enzo quien era experto en artes orientales, en defensa personal y en lucha libre; él la dejó hacer muchos intentos por golpearlo, tanto con sus manos como con sus piernas; la mujer sudaba, jadeaba y hacía largas inspiraciones de aire para llenar sus pulmones.
Enzo se mantenía calmado, observándola sin dejar de sonreír.
–¿Quién eres en realidad? –le preguntó resoplando.
–Un vagabundo, bueno para nada e inútil que solo derrocha el dinero de su familia.
–No es tanto así, ahora te veo arrogante y con una seguridad que no te conocía.
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