POV Ciara Emilia.
Llegamos a Brown Thomas, una tienda departamental en Grafton Street, una de las calles comerciales de Dublín. Al ingresar al edificio todo allí, grita lujo y exclusividad. Llegamos al tercer piso dedicado a prendas femeninas. Nos perdemos entre las llamativas prendas de lencería sensual, cada una ofreciendo tentaciones irresistibles. Las prendas, son delicadas y hermosas, parecen una segunda piel. Se adhieren a mi cuerpo con una suavidad, marcando cada curva, como si fueran creadas exclusivamente para resaltar mi feminidad. Los encajes son finos, las transparencias le dan un toque de sexualidad que despierta todos los sentidos. Hay piezas tan diminutas que apenas logran cubrir lo necesario, dejando más al descubierto de lo que esconden, provocando una sensación de poder y deseo que me recorre por completo. Me detengo frente al espejo, encantada con el reflejo que devuelve: seductora, segura, especial. Elijo varias piezas, cada una diferente, en tonos oscuros, materiales suaves y cortes atrevidos. Pero sé que nada de esto cruzará la puerta de mi casa… si papá lo descubre, me encerrará en mi habitación de por vida o en un convento, sin contar con el severo castigo que me impondrá. Nos acercamos a la caja para pagar. Podría decir que me invade la duda, pero la verdad es que al contrario me siento feliz. Libre. Plena. A diferencia de muchas mujeres, estoy tomando el control de mi vida y mi sexualidad, eligiendo sin miedo lo que me hace sentir poderosa y dueña de mí misma. —¿Vas a llevar todo eso para el viaje? —señala Pam, mirándolos—. Te aseguro que será lo que menos usarás —me susurra con una sonrisa traviesa. Le devuelvo la sonrisa. —Puede que tengas razón, pero me encantaron y quiero cambiar mi ropa interior poco sensual —respondo, señalando mi cuerpo con una sonrisa. Aún uso prendas de algodón en tonos pastel, demasiado inocentes, casi infantiles. Papá se aferra a la idea de que sigo siendo una niña, negándose a aceptar que he crecido, que soy una mujer. "Él quiere mantenerme al margen de la sexualidad", o eso pienso; con el señor Doyle es imposible hablar. Por primera vez, elijo algo que realmente me gusta, algo que me hace sentir atractiva, segura… dueña de mí misma. Recorremos otros locales y aprovecho para comprar unas pijamas hermosas y sexys, junto con un par de shorts. Aunque él me invitó a un lugar frío, no puedo resistirme. Nuestra tarde de compras llega a su fin, y es hora de regresar a mi dorada jaula, donde el "Dictador" de la casa me espera, listo para lanzar sus órdenes. —¡Mierd4! Se hizo tarde —gruño para mí misma. Debí estar más atenta al reloj. Ahora seré castigada por llegar tarde a la cena. Acelero un poco mi paso, intentando recuperar esos minutos perdidos. Tal vez, con algo de suerte, logre evitar el sermón y su estúpido castigo de sometimiento. Al llegar, miro el reloj antes de cruzar la puerta del comedor. "¡Maldit4 sea! Dos minutos tarde." No importo que hubiera corrido, en automóvil hubiese tardado más por el tráfico a esta hora pico. Frunzo el ceño y respiro hondo. No es solo el regaño lo que me espera, sino su humillación meticulosamente planeada, esa que disfruta disfrazando de disciplina. Me preparo, endureciendo mi expresión. "No le daré el placer de verme doblegada". Me repito dándome fuerzas. —Buenas noches —saludo y me dirijo a mi lugar. Pero antes de poder sentarme, la voz firme de mi padre me detiene. —Sabes que la hora de la comida es sagrada. No hay excusa alguna para no cumplir con ello. Ve a la esquina, arrodíllate y levanta las manos. Mi mandíbula se tensa, pero no protesto. Aprendí hace mucho que resistirse solo empeora las cosas. Camino hasta una de las esquinas, doblo mis rodillas y extiendo las manos. El frío del mármol me atraviesa los huesos. Patricia, una de las mujeres del servicio, se acerca sin mirarme. Coloca una bandeja sobre mis palmas temblorosas con una rapidez casi nerviosa, como si temiera que su compasión pudiera notarse. Mi padre es un hombre cruel. Podría jurar que no tiene sentimientos, solo una voluntad férrea que impone sin piedad. Desde su sitio, ni siquiera me observa. Sabe que el peso, el silencio y la humillación hacen el trabajo por él. Mis hermanos bajan la cabeza. No me defienden. No lo harán. La verdad es que ninguno se atreve siquiera a levantar la vista por miedo a las represalias. Él no necesita golpear. Su especialidad es otra: quebrar el espíritu, aplastar el orgullo, dejar cicatrices que no se ven... pero que duelen cada vez que respiras. Cicatrices invisibles que tardan años en sanar. —Hoy te quedarás sin cenar y luego recogerás la mesa. La servidumbre se irá a descansar temprano —sentencia mi padre con su tono autoritario. Aprieto los labios e intento levantar la cabeza, pero su voz me corta en seco. —No te he dado permiso de mirarme —espeta, con esa mirada arrogante y despectiva que conozco demasiado bien. Bajo la vista de inmediato, reprimiendo el impulso de desafiarlo. No vale la pena. En cambio, me repito mentalmente: "Muérdete la lengua… solo cuatro días más y serás libre de su tiranía." —Ya hablé con el rector de la universidad. El jueves te espera a primera hora. Vivirás con su familia, tienen una casa a diez minutos del campus. Y ahí está otra vez, su necesidad enfermiza de controlarlo todo. Nosotros no somos sus hijos, somos sus peones, piezas en su juego que mueve a su antojo. —Papá, pero ¿por qué molestar al rector? Yo puedo vivir en una de las habitaciones de la universidad —digo, intentando por primera vez ser escuchada. Su mirada se oscurece al instante. Su rostro se enrojece de ira. Rompí otra de sus reglas: hablar sin permiso. —No te autoricé para hablar —gruñe con frialdad—, pero ya que insistes en cuestionarme, te lo diré. El hijo del rector será tu futuro esposo. Solo te estoy dando la oportunidad de conocerlo antes de que se casen. Su voz resuena en mi cabeza como una sentencia. "Así que esto era lo que tramaba… Su repentina generosidad al dejarme salir, su decisión de enviarme a otro país a estudiar, todo tenía un propósito oculto". Susurro en mi mente. Aprieto las manos con más fuerza alrededor de la bandeja. Este maldito desgraciado no se cansa de controlar cada aspecto de mi vida. Miro a mis hermanos, esperando algún atisbo de rebelión, pero ellos, como siempre, bajan la cabeza. Corderos bien entrenados. Nunca protestan. Nunca cuestionan. Él eligió a sus esposas sin darles opción. Y ahora es mi turno. Me sorprende no haberlo visto venir antes. —En dos meses se llevará a cabo la boda. Espero que no me desafíes, sepas comportarte y aceptes a tu nueva familia —dictamina con su tono autoritario, como si mi vida fuese solo una pieza más de un rompecabezas. Le sostengo la mirada por un segundo, mentalmente, y sonrío de medio lado. Malditø. Fue por su enfermiza necesidad de control que mamá se fue tan pronto tuvo la oportunidad… y yo haré lo mismo. —A partir de este momento, te queda terminantemente prohibido salir de la casa —ordena con su tono implacable. Es lo único que sabe hacer: dar órdenes. Desliza la mirada por la mesa, deteniéndose en mis hermanos y sus esposas. —Ninguno de ustedes permitirá que salga —añade, con esa maldit4 prepotencia y arrogancia que le son tan naturales. Se toma su tiempo, como si estuviera emitiendo un fallo. Corta una fina porción de pavo, la lleva a la boca y mastica despacio, disfrutando su propio poder. Todos, excepto yo, mantienen la vista fija en él, como si temieran que apartarla significara una falta. Luego, bebe un sorbo de vino y se recuesta en la silla, satisfecho. —Solo saldrá de esta casa el miércoles en la noche. Tú. Macías —señala a mi hermano mayor, tan déspota y cruel como él—. Serás el encargado de acompañarla a su nuevo hogar. Hace una pausa antes de añadir lo peor. —Ya le dije a Yordan que tiene derecho a reprenderla como mejor le parezca. Ahora es parte de su familia y su responsabilidad. Quiero que le reiteres eso. Macías asiente, con la misma indiferencia que si se tratara de cerrar un negocio cualquiera. Frunzo el ceño. Hablan de mí como si no estuviera aquí. Como si no fuera su hija, ni parte de esta familia. Como si ni siquiera fuera una persona. ¿Soy una pertenencia que se transfiere? ¿Un objeto que ahora cambia de dueño? ¿Y “reprenderme”? Él nunca me lastimó físicamente… ¿Ahora autoriza a otro a hacerlo? Muerdo mi lengua con fuerza, tragándome las palabras, y lo maldigo en silencio.. «¡Malditø! No puede hacerme esto. No arruinará mis planes». Tengo que encontrar la forma de escapar. Mi pasaporte y documentos están a salvo, en manos de Chantall. Lo conozco demasiado bien y sabía que intentaría algo, pero esto a superado mis expectativas. "No permitiré que me arrebate mi libertad… antes siquiera de probarla." Lo odio con cada fibra de mi ser. Es un tirano que disfruta manejarnos como piezas en su juego, imponiendo su autoridad y convirtiendo nuestras vidas en una miserable prisión. Pero no por mucho tiempo. Me alejaré de su malditø yugo y, cuando lo haga, le escupiré en la cara. Agradezco a Pamela más de lo que jamás podré decir. Fue ella quien me presentó a su madre, y juntas me abrieron una puerta, una vía de escape. Con un par de artimañas, me ayudaron a salir de esta cárcel, aunque fuera por momentos. Papá, en su afán por someternos y mostrarnos que la vida no tiene piedad, nos ha obligado a trabajar desde siempre. En mi caso, después de la escuela, no basta con un trabajo común. No es suficiente con un puesto que me permita sentirme útil, ni con uno que, aunque modesto, me otorgue al menos una pizca de dignidad. No. Él se encargó de que me asignaran el empleo que menos da espacio a la esperanza, el trabajo que otros esquivan con asco. Mientras en el colegio, mis compañeros competían por un puesto en la biblioteca o la cafetería, él me ofreció para limpiar los retretes... Sin pago alguno. No se trata solo de fregar y barrer. Se trata de ser vista, cada tarde, con las manos sucias, restregando con furia los vestigios de la humillación ajena. Mientras otros tienen la oportunidad de aprender, de sentirse parte del mundo, yo soy reducida a una sombra que jamás puede alzar la cabeza. Y todo por el simple hecho de ser su hija… Aunque hay veces lo dudo… No es un trabajo. Es una humillación diaria que grita que, para él, no valgo nada. Soy solo un objeto bajo su control, una cosa sin voz ni valor. Ese es él. Pero Pamela y su madre cambiaron mi destino. Gracias a la conexión especial de Chantall con el rector, lograron sacarme de aquel infierno y mostrarme un mundo nuevo: el modelaje. Una puerta a la independencia. A la libertad. A mi verdadera vida. Mi decisión de vender mi virginidad está más firme que nunca. Con su estúpida idea de casarme, ahora más que nunca debo escapar y adelantar mi viaje. Alejarme de su radar, desaparecer de su vista… y que su maldito matrimonio se lo meta por donde quiera.