La villa, junto al Mediterráneo, amaneció envuelta en una calma engañosa. El mar golpeaba suavemente contra las rocas, y la brisa llevaba consigo el aroma salino que se filtraba por los ventanales abiertos. Pero dentro de esas paredes, la atmósfera era todo menos tranquila.
Isadora Morel llevaba más de una hora en el gimnasio privado, con las manos envueltas en vendas, golpeando el saco de boxeo con una precisión milimétrica. Cada golpe era un eco de todo lo que había vivido: el desprecio de sus padres adoptivos, la traición de Damián, las humillaciones de Amara, las noches heladas en prisión.
Gabriel la observaba desde la entrada, con una carpeta en la mano. No interrumpió hasta que ella detuvo su rutina y se secó el sudor con una toalla.
—Tenemos todo listo —dijo, tendiéndole la carpeta.
Isadora la abrió. Dentro había documentos, pasaportes con identidades falsas, itinerarios y la confirmación de una serie de eventos estratégicos en los que aparecerían sus enemigos durante las p