La mañana comenzó con un estallido mediático que ninguno de los implicados vio venir. Las pantallas de los noticieros, los titulares en línea y las cadenas de radio repetían una y otra vez el mismo escándalo: “Filtración de documentos revela presunta corrupción en contratos internacionales vinculados a empresas de Damián Echeverri y Amara Leclerc”.
Las imágenes mostraban extractos de correos electrónicos, registros bancarios y contratos con cláusulas sospechosas. Todo parecía sólido y, lo más perturbador para ellos, era que se trataba de información imposible de obtener sin acceso directo a sus círculos más privados.
En la oficina, Damián estaba de pie frente a una ventana, con el teléfono pegado al oído. Su abogado hablaba sin pausa, intentando explicarle cómo debían manejar la crisis, pero su atención estaba en otra parte.
—¿De dónde salió todo esto? —interrumpió.
—No lo sabemos —respondió el abogado—. Pero si no lo detenemos ahora, la fiscalía podría iniciar una investigación f