El pequeño cortejo avanzó por la avenida de hayas, con Clara al frente. A mitad de camino, Steve se quedó rezagado un instante para ajustar su cámara.
—Nada de primeros planos sin aprobación —repitió Isadora, divertida.
—Palabra de gentleman. Si hay lágrimas, serán las mías —y se tocó el corazón, teatral.
Adrien caminaba a la par de Gabriel.
—¿Cómo la ves? —preguntó el periodista, sin abrir el cuaderno.
—Ligera —respondió Gabriel—. Y eso que alrededor todo pesa toneladas. La ligereza de quien ya soltó la carga y ahora elige qué tomar.
—Lo escribiré con otras palabras —sonrió Adrien—. Pero te juro que no lo mejoraré.
Llegaron al claro del anfiteatro de piedra, una depresión natural entre rocas, donde artesanos del pueblo, ayudados por carpinteros militares, habían levantado discretas plataformas circulares. No eran escenarios grandilocuentes; parecían crecer del suelo mismo, cubiertos de madera clara. En el centro, un arco vegetal entrelazaba lirios, ramas de olivo y finos hilos