La biblioteca del convento de San Rafael estaba escondida entre muros centenarios, cubiertos por la hiedra, en un rincón olvidado de Cataluña. Oficialmente, cerrada desde hacía dos décadas. Extraoficialmente, aún viva para los que sabían buscar lo invisible.
Rafael, Nala y Elías atravesaban los pasillos húmedos con linternas en mano y los corazones acelerados. No por miedo al lugar… sino por lo que podrían encontrar.
—Según el mapa de los archivos históricos de Liria —dijo Elías, revisando un plano digital en su tableta—, la correspondencia y documentación de la familia Condal fue trasladada aquí en 2001, luego del exilio político que los obligó a abandonar el país.
—¿Y si todo fue quemado? —preguntó Nala.
—Entonces solo nos quedará la fe —respondió Rafael—. Y eso, por ahora, es lo único que nos ha traído hasta aquí.
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El pasadizo bajo la sacristía estaba polvoriento, lleno de estanterías desvencijadas y cajas de madera con cintas rojas. Documentos empolvados, manuscritos en lat