Dicen que lo más difícil de volver a empezar…
Es decidir quién quieres ser.
Y en un chalet suizo, rodeada de montañas, silencio y nieve virgen, Isadora Morel tomó la decisión más poderosa de su vida:
No sería nunca más la mujer que otros moldearon.
Sería lo que ellos temían.
Los primeros días fueron brutales.
El cuerpo, aún frágil por las secuelas del accidente, se rebelaba ante cada movimiento. La pierna izquierda temblaba con solo tocar el suelo. El brazo quemado ardía cada vez que lo estiraba. Su espalda crujía con los estiramientos, como si su columna supiera que había sido quebrada emocionalmente antes que físicamente.
Pero cada mañana, cuando el sol apenas comenzaba a teñir de oro los picos de los Alpes, Isadora se levantaba.
Gabriel nunca le exigía.
Solo la miraba desde lejos, desde una esquina del gimnasio privado, donde una barra metálica, un saco de boxeo y un tatami improvisado la esperaban cada día como prueba de fuego.
—¿Lista? —preguntaba él, como un ritual.
Y