Los rumores del pabellón S corrían como viento infectado entre los muros de Santa Lucía.
Era conocido como “El Subsuelo”.
Un bloque aislado bajo tierra, sin ventanas, sin acceso al patio, sin derecho a visitas, ni horario de recreación. Las internas que eran enviadas allí no tenían nombre, solo número. El silencio era la única orden, y los castigos, tan brutales como invisibles.
Allí, las reglas se borraban. El Estado se olvidaba. Y el dolor… era moneda de cambio.
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—Estás segura que va a hacerlo —preguntó Greta en voz baja, mientras ambas esperaban en la fila de inspección—. ¿Silvana te enviará allá?
Isadora asintió con calma.
—Ella necesita desaparecerme sin dejar marca. Sin cadáver. Sin escándalo. En el Subsuelo, no necesita explicaciones.
—¿Y cómo vas a sobrevivir?
Isadora deslizó una hoja de papel doblada bajo su camiseta.
—Con esto.
—¿Qué es?
—Una lista de nombres. Guardias. Internas. Cuentas. Códigos. Fechas. Todo lo que Greta y yo descubrimos en las ú