Las redes ardían.
Los comentarios se dividían entre la indignación y la incredulidad. Algunos veían a Isadora Morel como una mártir atrapada en una maquinaria corrupta. Otros, como una manipuladora peligrosa. Pero todos hablaban de ella.
Y eso era lo que Amara no podía tolerar.
Ella, la reina de la apariencia, la hija perfecta de una familia “intachable”, la esposa frustrada que fingía ser amiga de la mujer a la que destruyó, no iba a permitir que su nombre se manchara por una carta escrita con sangre.
—¿Qué dijo el publicista? —preguntó, sentada en su despacho de mármol blanco, rodeada de pantallas que reproducían titulares.
Damián cerró su laptop con violencia.
—Que necesitamos cambiar la narrativa. Ya.
—Entonces dásela.
—Vamos a hacerlo. Pero esta vez, no solo en redes. Quiero un documental. Un informe emocional. Quiero que se transmita en horario estelar. Llamaremos a una actriz reconocida para narrarlo. “La historia de Isadora Morel: El rostro detrás de la enferme