La noche caía silenciosa sobre el bosque. Dentro de la pequeña cabaña, los ancianos dormían profundamente, y los diplomáticos de Liria descansaban tras el largo día de recorridos y ceremonias. La luz del hogar se consumía poco a poco, dejando solo el crujir de la leña.
 Isadora, recostada en una manta sencilla, miraba el techo de madera con una paz nueva. Se sentía ligera, como si el peso de años de sufrimiento hubiese cedido para dar lugar a una calma diferente. A su lado, Gabriel permanecía despierto, observándola con esa mezcla de ternura y fuerza que siempre lo había caracterizado.
 De pronto, se inclinó y susurró en voz baja:
 —Ven conmigo. Quiero mostrarte algo.
 Isadora lo miró sorprendida, pero asintió. Nala, Elías y Sahira se levantaron en silencio, entendiendo que aquella invitación no era un simple paseo.
 Salieron de la cabaña bajo el cielo estrellado. La luna iluminaba los senderos del bosque, y el aire fresco acariciaba sus rostros. El grupo avanzó en silencio, acompañad