La mañana amaneció clara y solemne. En la entrada de la mansión principal, funcionarios del tribunal, diplomáticos de Liria del Norte y representantes locales aguardaban la llegada de Isadora. Cuando apareció acompañada por Gabriel, Nala, Elías y Sahira, los presentes se cuadraron en señal de respeto.
Uno de los jueces se adelantó con una carpeta en mano.
—Señora —dijo con voz firme—, en cumplimiento del fallo definitivo, le entregamos a usted la titularidad de todas las propiedades que le corresponden por linaje y derecho sucesorio. Desde este día, usted será reconocida legalmente como Isadora Delacroix, Condesa de Liria del Norte.
El eco de ese título recorrió el lugar como un soplo de aire nuevo. Isadora recibió los documentos con serenidad, sin alardes, pero con la firmeza de quien abraza por fin lo que siempre le había sido negado.
Gabriel, a su lado, tomó suavemente su mano.
—Hoy no solo recuperas ladrillos y tierras —le susurró—. Hoy recuperas tu nombre.
Los encargados d