Mila estaba tecleando rápidamente en su computadora, sentada justo en la silla de la oficina de Mikhail, y adaptando todos los archivos que Gary le había facilitado.
Ella guardó el archivo, y luego soltó un suspiro mirando por el vidrio hacia la ciudad.
Faltaba una semana para irse a Estados Unidos, y aunque no había informado de nada en lo absoluto a Marco sobre sus avances, sabía que su propuesta sería la bomba de toda la organización.
Se recostó en su asiento y miró hacia toda la oficina.
Todo allí era plano, Mikhail no acostumbraba a venir, y era Gary el que prácticamente se encargaba de todo.
Cerrando los ojos y apretando su cuello, recordó aquel beso con el que incluso había tenido pesadillas. Sus fibras se removían cada noche cuando volvía a ese momento, y los ojos de Mikhail se habían incrustado en su cabeza de una manera cínica.
—Señorita Mila… —ella saltó un poco, pero al ver a Gary sonrió.
—Buenos días, Gary…
—Buenos días… madrugó…
Mila asintió poniéndose derecha.
—Quería a