Mundo de ficçãoIniciar sessãoLucía Solís había pasado tres semanas en coma en hospital de pescadores en Túnez sin saber si Diego o Valentina seguían vivos.
El olor a sal y desinfectante barato se había convertido en su mundo. La habitación era apenas un cuarto con paredes encaladas y una ventana que daba al puerto, donde las redes se secaban al sol como telarañas gigantes. Pero había algo más: el sonido constante de voces preocupadas, manos gentiles cambiando vendajes, y el sabor dulce del té de menta que alguien le daba con cucharita cuando lograba despertar por momentos.
¿Dónde estoy? El pensamiento llegó como un martillazo cuando finalmente pudo mantener los ojos abiertos más de cinco segundos. La luz del atardecer se filtraba por la ventana, tiñendo todo de dorado, y una mujer de mediana edad con pañuelo en la cabeza sonrió al verla consciente.
—Alhamdulill







