La fortaleza de Sophie Chen se alzaba sobre los acantilados de Malta como un pulpo de hormigón y acero extendiendo tentáculos sobre el Mediterráneo.

El helicóptero de Diego descendió entre rocas dentadas, sus rotores batiendo el aire salino mientras buscaba un punto de aterrizaje seguro a cinco kilómetros de la estructura imponente. La máquina se posó con un golpe seco sobre tierra pedregosa, y antes de que las hélices terminaran de girar, ocho figuras emergieron de las sombras como espectros armados.

Los operativos de Dimitri esperaban con la paciencia letal de profesionales. Sus rostros permanecían ocultos tras máscaras tácticas, pero sus armas brillaban bajo la luna mediterránea. El líder del grupo, un hombre corpulento con cicatrices que serpenteaban por su cuello, se acercó cuando Diego saltó del helicóptero.

—Coronel Morrison —