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La habitación del hotel en Singapur era jaula de lujo donde Diego había aprendido que las paredes doradas seguían siendo paredes. El amanecer llegó lentamente, filtrándose a través de las cortinas pesadas con la timidez de algo que sabía que no era bienvenido. Diego estaba sentado en el borde de la cama, observando cómo Valentina dormía con el bebé Hermann en sus brazos. Sus rostros compartían expresión de paz que Diego comprendía que nunca podría alcanzar nuevamente.

Valentina despertó lentamente. Sus ojos se abrieron, encontrando los de Diego con inmediatez que sugería que nunca había estado completamente dormida. Se sentó, ajustando al bebé Hermann contra su pecho con movimientos que eran instinto maternal con

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