Diego se quedó mirando la fotografía en la pantalla brillante de su teléfono hasta que sus ojos comenzaron a arderle por la luz artificial despiadada. Sus manos temblaban tan violentamente que tuvo que apretar el dispositivo con ambas palmas para evitar que se le cayera sobre el linóleo frío del piso del hospital.
Día treinta y cinco.
La fecha estaba ahí, impresa en la esquina superior del documento que Valentina firmaba con una expresión concentrada en su rostro capturado perfectamente por la cámara de seguridad del Hotel St. Regis.
Día treinta y cinco.
Ocho días completos antes de que ella supuestamente se diera cuenta de que se había enamorado de él en ese elevador descendente, confesándolo con lágrimas que él había creído genuinas mientras su mundo se desmoronaba alrededor de ambos.
El anillo de platino en su mano derecha de repente se sentía increíblemente pesado, como si hubiera ganado varios kilos en cuestión de segundos. ¿Cómo demonios iba a proponerle matrimonio cuando esta m