El amanecer encontró a Diego de pie junto a la ventana del hospital, mirando hacia la torre corporativa de Cortés Hotels que se alzaba imponente contra el cielo gris de la ciudad. Su reflejo en el vidrio mostraba a un hombre que no había dormido en más de treinta y seis horas consecutivas, con ojeras tan profundas que parecían hematomas permanentes bajo sus ojos inyectados de sangre.
—Tienes que ir. —La voz de Valentina llegó suave desde la puerta de la habitación compartida donde Ricky y Lucía dormían todavía bajo los efectos de los analgésicos potentes—. La junta es en dos horas.
Diego no se giró inmediatamente.
—No puedo dejarte sola con ellos. No después de todo lo que ha pasado en estas últimas setenta y dos horas.
—No estaré sola. —Valentina se acercó, posando su mano pequeña sobre el hombro tenso de Diego—. Los tengo a ellos. Y ellos me tienen a mí. Somos una familia ahora, ¿recuerdas?
Desde la cama más cercana, Ricky abrió un ojo con esfuerzo visible.
—Ve a patear algunos tras