Zahar…
Lo único que podía procesar mi mente ahora era que, sí, podía sentir los fluidos de Kereem entre mis piernas mientras caminaba, y en vez de darme vergüenza, solo me entusiasmaban más.
No tardé en llegar a la oficina de Víctor cuando di los toques, y su voz áspera me alertó un poco.
—Adelante.
—Disculpa si interrumpo —me asomé y lo vi con el teléfono en su oreja y negó para decir algo por lo bajo.
—No, entra, ya estaba terminando.
Di un asentimiento, pero no me senté.
—Siento decirte que me voy, pero debo arreglar asuntos. Le enseñé la empresa al señor Abdalá y traté de ponerlo al día. Alessia también se ofreció a…
—Siéntate un momento, Ana.
Intenté decirle que no era posible, lo menos que quería era ver a Kereem aquí en cinco minutos.
—Víctor, por favor…
—Solo será un minuto —tomé la aspiración, caminé y me senté en la silla mientras mis mejillas se pusieron rojas—. ¿Estás bien? Estás tan tensa que solo puedo pensar lo peor. Desde que llegó ese tipo tú…
—Estoy bien —lo corté—.