Capítulo 3: La mujer de mi vida

Los meses se van pasando, mientras trato de seguir con mi vida de la manera más tranquila posible, evadiendo las fiestas, periodo en el que me he dado cuenta de que aquellos «amigos» que tenía, nunca lo fueron en verdad.

Pero no es algo que me preocupe ahora, porque la relación con mi familia ha mejorado bastante. Ahora los veo de una manera muy diferente, ellos se preocupan de mí y yo de ellos, estamos todo lo que podemos juntos, aun cuando uno de ellos nos falta y al parecer otra más se irá, ya que Pía quiere su propio espacio para estar con Ángello y sus bebés.

Hoy se han suspendido las clases en la facultad, por un corte en el suministro de agua que no estaba programado. Me subo al auto pensando en que no quiero ir a casa aún, así que tomo la ruta a uno de mis lugares favoritos, el mirador en el cerro Santa Lucía.

Mi madre me dice que allí descubrió dos cosas el mismo día: que mi padre tiene los ojos como el cielo de Florencia en un día de sol, y que él era el hombre de su vida.

Al bajar del auto, me voy directo a la cima, en donde me quedo observando la ciudad unos minutos y decido que por la noche iré a algún lugar que sea tranquilo, seguro Pía o Agustín saben de alguno, ellos han visitado varios y sé que no tendré problemas para pasar desapercibido.

Necesito despejarme, pero no de la misma manera en que lo hacía antes.

Cuando siento que ya he tenido suficiente de aire puro y de planes para mi futuro, tomo el rumbo de regreso al auto, le envío un mensaje a mi madre y me pierdo en la ciudad de regreso a mi hogar. Al llegar, le escribo a mi hermana para que me recomiende un lugar y, tras decirme a dónde puedo ir, me ruega que me cuide.

Sí, ahora todos me ven de una manera diferente, ya no soy la oveja negra de la familia, sino el más sentimental, porque en realidad todo me afecta de una manera diferente.

Me voy directo a mi cuarto, busco la ropa que me pondré por la noche y me doy cuenta de que mi camisa favorita no está, hasta que recuerdo la usé hace un par de días, así que me voy a buscar a Helen para preguntarle por ella y si es que consiguió lavarla o de una vez elegir algo más.

Al llegar a la cocina, la escucho regañar a Isabella, trato de no meterme, pero cuando oigo el motivo, no puedo quedarme ajeno.

—¡No puedo creer que te suspendieran por golpear a ese chico! ¡¿Acaso te gusta?!

—Y yo no puedo creer que mi madre me haga esa pregunta, te he dicho cientos de veces que ese chico me molesta y hoy en verdad me colmó la paciencia, porque me insultó con lo que más me importa.

—No me digas que se metió con tu cabello, porque en verdad que te ganas el par de nalgadas que no te di de pequeña.

—¿Mi cabello? ¿Crees que eso es lo que más me importa? No, mamá, eres tú… ese mocoso idiota se metió contigo, me dijo que eras nadie y que por eso los profesores no te hacían caso cuando les reclamas porque ellos me molestan.

Puedo ver el dolor en la cara de Helen, pero más en el rostro de Isabella.

Ahora mismo soy un pacifista, pero estoy de acuerdo con que el chico se merecía el golpe que le haya dado Isabella.

—Isabella —le digo con tranquilidad, mientras me preparo un sándwich—. Quiero que me des el nombre de ese chico.

—Joven Lorenzo, no se preocupe, yo misma arreglaré esto, aunque sé que no le levantarán la suspensión.

—No, no lo harán, porque lo que haremos será cambiarla de ese colegio clasista, hablaré con el director de la escuela en donde está Fabio.

—Yo no puedo pagar ese colegio.

—¿Acaso he dicho que deberás pagarlo? Ni tú ni Isabella se merecen ese trato tan odioso, mi niña se irá de allí, no se hable más… pero primero me oirán, ya verás.

—Tú no eres su apoderado suplente.

—¿Y quién es?

—Nadie, solo yo…

—Bueno, ahora mismo me vas a dejar como apoderado suplente, así mañana yo me voy con todo —le doy una mordida a mi pan, saco mi teléfono y llamo a mi padre para que me ayude a hacerle un espacio a Isabella.

Me dice que sí de inmediato y en veinte minutos tenemos solucionado el colegio para Isabella. Ella llora bajito, Helen ha sido dura y no se ha molestado en conocer las verdaderas razones. Me mira con dureza, porque no le gusta que se metan en la crianza de su hija, la abrazo para aplacar ese enojo y le digo con cariño.

—Que conste que venía a preguntar por mi camisa favorita, pero no me gustó que la regañaras sin saber realmente lo que pasó. Isabella no es una niña mentirosa, ni tampoco problemática, no actúes sin saber sus razones antes.

—Y tú no vuelvas a decidir por ella, porque su madre soy yo. No la cambiaré de escuela.

—¿Y dejarás que siga con esos compañeros tan odiosos? ¿Tienes idea de que un día tu niña puede explotar y tomar una decisión drástica? Eso está afectando su autoestima, es inteligente y se merece que en el futuro su seguridad sea la de una mujer genial, no la de una mujer asustadiza.

Me hace una mueca con la boca, pero asiente. Pero con el uslero me advierte que sea la última vez que me meta en sus cosas con Isabella. Cuando estoy saliendo de la cocina, Isabella me tira de la playera y me entrega la camisa limpia.

—Espero que no sea para ir a hacer de las tuyas —me advierte Helen nuevamente.

—Me portaré bien, iré a un lugar muy tranquilo que me recomendó Pía, y ella sabe de esas cosas, recuerda que a Ángello no le gustaba ir a sitios muy escandalosos.

Le revuelvo el cabello a Isabella y me voy a la habitación un rato.

Ya por la tarde noche, me despido de mis padres, quienes me piden que si bebo no conduzca, que llame un taxi o a ellos para ir por mí, pero en verdad estoy en plan de no beber, solo quiero ver gente, aunque la gente no me vea a mí.

Se ve deprimente, pero eso es lo que pasó luego que se esparciera la noticia del embarazo de esa loca y de que yo ya no fuera más a las fiestas.

Las mismas chicas que antes me miraban con deseo, ahora lo hacían con desprecio, según Francesca por eso de la solidaridad femenina, pero que no las tomara en cuenta, porque estaban todas igual de locas.

Me subo a mi auto, conduzco con cautela y llego al lugar, que afortunadamente está muy cerca de la casa. Busco dónde estacionarme y camino hasta el local, al entrar la música no es muy alta, busco dónde ubicarme y elijo un espacio alejado de todo.

Uno de los chicos que trabaja allí se acerca para pedir mi orden y agradezco que también sirvan comida, así que pido una tabla con distintas cosas para comer y una limonada con menta y hielo. Lo primero en llegar es la limonada, comienza a revisar mi teléfono, donde los mensajes de una de mis primas en el grupo familiar me hacen reír.

Y esa risa provoca que una voz angelical llame por completo mi atención.

—¡Que lindo sonido! Bendita sea la persona que te provocó aquella risa tan linda —me giro para ver a la mujer más linda que he conocido.

Sus ojos se ven de un marrón claro, sus labios como un corazoncito que quisiera besar y su sonrisa que podría dejármela pegada en el techo para dormir cada noche.

—Solo es una risa, nada del otro mundo —le digo poniéndome de pie y noto que ella debe verme hacia arriba—. Pero esa sonrisa… podría detener el mundo si quisiera.

La veo sonrojarse y así se ve más hermosa todavía. Nos quedamos así unos segundos, hasta que ella rompe el silencio.

—Mi nombre es Melike, mucho gusto.

—El mío es Lorenzo —le digo ofreciéndole mi mano y en cuanto la toco, siento algo más—. ¿Te vas?

—Sí, la persona que estaba esperando no llegará.

—Que lástima, ¿no te gustaría quedarte a compartir algo de comida y risas?

Ella se me queda viendo con intensidad, no sé si esa persona es una amiga o su novio o alguien que iba a conocer, pero deseo que en verdad se quede conmigo. Vuelve a sonreír y se sienta, hago lo mismo y ella comienza una conversación muy interesante.

La hora se nos pasa volando, sin que podamos darnos cuenta de lo que pasa a nuestro alrededor. Nuestros teléfonos suenan al mismo tiempo y nos reímos, a ella le escribe su madre y a mí, mi padre. Le respondo que en unos minutos me iré a casa, la miro y veo que ella también tiene que irse.

—Supongo que no podíamos quedarnos a hablar por el resto de la noche —le digo haciéndole el gesto al chico para que traiga la cuenta.

—Pero espero que un día sí pueda ser así —le dice ella, mordiéndose el labio y puedo ver que no quiere irse.

—Si me das tu teléfono y yo el mío… creo que podríamos hacerlo, ¿no te parece?

Ella asiente, me quita mi teléfono, lo desbloqueo y anota su número, llama para guardar el mío y me manda un emoji de la luna.

—Es un hecho, Lorenzo —se gira para irse, pero se detiene, la veo dudar, pero se regresa y sé lo que viene a hacer, por eso la tomo de la cintura y la atrapo cuando me besa.

Es suave, dulce, me envuelve en una nube de calidez que hace mucho no sentía… bueno, en realidad nunca la sentí con una mujer. Cuando se separa, me ve a los ojos y sonríe.

—Espero tu llamado…

—Lo recibirás.

Se va de allí, mientras me quedo flotando. Solo por eso debería llamar a mi padre para que venga por mí. Luego de pagar, salgo de allí directo a mi auto, pero sin quitarme la sonrisa de encima. Al llegar a casa, mi padre me está esperando, al verme no puede evitar sonreír también y me pregunta.

—¿Y esa cara?

—Ha sido la mejor salida que he tenido.

—Vaya, quiero que me cuentes, ¿por qué piensas eso?

—Porque creo que conocí a la mujer de mi vida, papá… y es perfecta.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo