Capítulo 4: El inicio de un idilio

Estos días se me vuelven una locura, entre todos los preparativos de las fiestas familiares y es que somos tantos, que ya casi no cabemos en ninguna parte.

De pronto, recibo un mensaje y veo que es de Melike, me doy una palmada en la frente porque no la he llamado, hace cinco días que nos conocimos y se supone que sería yo quién la llamaría, así que lo hago. Ella responde en el primer repique.

—Lo sé, soy un idiota, pero te juro que he estado tan ocupado que olvidé llamarte y… —las palabras me salen una tras otra, pero Melike me interrumpe.

—Oye, tranquilo… mi teléfono se dañó y recién hoy pude reponerlo, pero me alegra que seas sincero.

—¿Podemos vernos mañana? —le pregunto con una sonrisa y sé que ella sonríe igual.

—¿Y no puede ser hoy? —por una razón extraña salto y Piero me ve raro.

—Sí, claro que sí, déjame delegar algunas cosas, es que mi madre nos dio ciertas tareas a cada uno y no podemos dejar de hacerlas.

—Avísame si lo consigues, en verdad quiero verte.

Cuelgo y me voy a la casa dando saltitos, me encuentro a Helen en el camino y le doy un beso en cada mejilla.

—¡Ay niño, estás loco! —me dice muerta de la risa y yo asiento.

—Me veré con la chica más linda de la ciudad, solo me queda que mamá me deje salir.

Corro a la sala, en donde mi madre tiene a mis hermanas pegando motivos navideños en una cuerda que luego adornará la terraza. Me acerco a ella, le doy un beso y le digo con mi cara de niño bueno.

—Mamita linda…

—No —me dice antes de que le diga cualquier cosa y mis hermanas se ríen.

—Pero no te he dicho nada.

—Quieres salir, es eso, ¿verdad? Pues no, todos están haciendo algo, incluso los que ni siquiera viven en esta casa.

—Pero soy tu favorito, tu consentido —le digo con un puchero y mis hermanas se carcajean más.

—Eres tan menso, Lorenzo Castelli —dice Francesca—. Puedes ser el favorito de mamá, pero eso no te salvará de que te quedes a ayudar como todos.

—Tú hermana tiene razón, no saldrás.

—Mamá, es para ir con la mujer de mi vida, la chica más linda de la ciudad… después de ustedes claro, déjame ir, por favor.

—Yo haré lo que le corresponde —dice mi padre entrando a la sala y me guiña un ojo—. Ve con ella.

Le doy un abrazo que lo sorprende por completo, salgo corriendo a cambiarme y me voy de la casa antes de que mi madre me detenga con un tirón de orejas, el mismo que seguro le llegó a mi papá.

Una vez fuera de la casa, me detengo y la llamo, me responde de inmediato.

—¿Podrás?

—Dime dónde nos vemos y allí estaré.

—Parque Araucano, estaré allí en unos veinte minutos.

—Y yo en quince, nos vemos.

Tomo el rumbo al parque sin dejar de sonreír, no puedo creer que vaya a verla otra vez, tengo el corazón alborotado y sé que estoy loco, pero esta vez sí que es amor de verdad.

Me estaciono, me bajo y me quedo cerca del estacionamiento, para esperarla. Cuando la veo bajar de su auto y caminar hacia mí, no puedo evitar caminar hacia ella, pero lo que no me espero es que se lance a mi cuello y me dé un beso.

Yo la rodeo por la cintura, giro con ella sin despegar mis labios de los suyos y le mundo entero desaparece. Finalmente nos separamos un poco para respirar y ella no deja de sonreír feliz.

—Al menos me extrañaste.

—Como no te imaginas, aunque olvidé llamarte, no he dejado de pensar en ti.

—¿Y qué es eso que te mandó a hacer tu madre?

—En realidad, a todos los hijos… la decoración de navidad.

—Que entretenido, me encantaría verla cuando terminen.

—Claro, si me defiendes de ella, porque me escapé con ayuda de mi padre —ella se ríe y caminamos de la mano.

—¿Eres de esos hijitos de mami?

—No, pero esta decoración no la perdona. Ni siquiera mis hermanos que están casados y viven fuera de casa se escaparon.

—Entonces, tu madre es de temer.

—Es un amor, una mujer grandiosa, pero tiene autoridad y eso no se le discute, ni mi padre se atreve.

Dejamos de hablar de mi familia y caminamos por el lugar, hay mucha gente porque hay una exposición de artesanías. Ella se va a uno de los stands y le llama la atención un poncho hecho a mano con motivos mapuches y la joyería propia del pueblo originario del país.

—¿Crees que estos aros se me ven bien? —me pregunta ella mostrándome un par de aros de plata de elaboración delicada.

—No, pero estos sí —le digo tomando otros y ella los mira entusiasmada.

Una señora vestida con el traje típico se nos acerca y comienza a decir los nombres de cada elemento. Al final, Melike se queda con un trarilongko, que es un cintillo de plata que usan las mujeres; un tupu, que es un alfiler para prender la ropa; y trapelakucha, que es un adorno pectoral.

—Veo que te gusta la joyería.

—Sí, pero no cualquiera, si te fijas no llevo aros ni anillos, porque no me gusta usarlos, pero eso… solo imagina usar esto en una ocasión especial y representar un poco de nuestro país.

—Yo me enamoraría de inmediato —ella se detiene y me mira con esos ojos hechiceros, la atraigo a mí y la beso con suavidad.

Ella no se tarda en rodearme el cuello con sus brazos, otra vez nos quedamos sin aire y debemos separarnos.

—Me gustas, Lorenzo, me gustas mucho y temo que eso me va a traer problemas.

—¿Por qué?

—Porque en unos meses debo irme a Turquía por un tiempo, pero creo que retrasaré ese viaje lo más que pueda… ahora, quiero ir a casa de tus padres, quiero conocerlos.

—¿Segura? Porque corres el riesgo de que mi madre te siente con ella a hacer guirnaldas de papel.

—Lo que sea… en verdad quiero conocerlos.

Me siento raro, en especial porque nunca llevé a una chica a casa, pero solo le tomo la mano y caminamos al estacionamiento. Cada uno se sube a su auto y veo por el retrovisor que ella me sigue de cerca para no perderse.

Llego a casa y veo a Fabio tratando de colocar un enorme pesebre que mi madre tiene para el lugar.

—¿Ya llegaste tan rápido? Estás perdiendo condiciones, hermanito…

—¡Cállate, que no vengo solo! —observa el auto de Melike estacionarse, abre los ojos y corre adentro gritando que he llevado novia a la casa.

—Lo siento, pero mi hermano menor es un poco infantil… ahora todos creerán que eres mi novia —ella me mira y sonríe, mientras me acaricia el rostro.

—¿Y no lo soy? —me quedo con la boca abierta, porque se supone que nos estamos conociendo.

—¿Tú quieres? ¿No crees que vamos rápido?

—Solo somos novios, ya nos conoceremos en el camino, pero si tú no quieres…

—No, claro que no es eso… espera —le tomo las manos, la miro a sus bellos ojos y le digo con seriedad—. Melike, ¿quieres ser mi novia?

—Claro que sí, por algo estoy aquí… y me trajiste, ¿o no? —parezco un crío de trece años, es que hasta Fabio habría hecho algo más atrevido, pero solo la beso y le doy la mano.

Caminamos a la entrada, en donde aparece mi madre con las manos en la cintura, pero su rostro no es el de una madre enojada, sino de una emocionada.

—Siempre creí que nunca vería una mujer de tu mano —abre los brazos y camina hacia Melike para darle un abrazo—. Bienvenida, querida… y lo lamento, pero ella se viene a terminar las guirnaldas y tú a lo que dejaste tirado.

—¿Y papá?

—Lo mandé a comprar algo para contentarme, por alcahuete.

Me río, entro con mi novia y la presento a todos, porque Fabio se encargó de gritarles a todos que llevé a mi novia. Veo a Alex con una enorme sonrisa y Melike se queda sorprendida del enorme parecido que tenemos.

—Si no fuera por la barba que carga tu hermano, de verdad que serían muy fáciles de confundir.

—No te lo recomiendo, Aurora es un ángel, pero muy celosa con su esposo, ¿verdad hermanito?

—Así como yo con ella —se encoge de hombros y mi madre nos corre de allí. Seguramente se encargará de interrogar a Melike, solo espero que no comience con sus historias de cuando era pequeño.

En le patio todos los hombres me miran y sonríen, creí que se burlarían de mí, pero solo veo que están contentos conmigo. La noche va cayendo y me preocupa que Melike se tenga que ir así, entro a la casa para preguntarle si prefiere que la lleve, pero lo que veo solo me convence de que ella es la mujer de mi vida.

Está cantando con mi madre y mis hermanas, mientras pega más decoraciones en la guirnalda, se ve libre, desenfadada y que en verdad lo está pasando bien.

Nuestros ojos se cruzan, ella me sonríe y no deja de cantar, su voz es melodiosa, realmente hermosa.

—Melike, cántanos alguna canción que te guste, pero de tu país —le pide Francesca y Melike se ríe.

—Mis padres son turcos, pero yo nací aquí.

—Pero debes saberte alguna…

—De hecho, sí —Melike me mira y comienza a cantar una canción que se me hace sensual. Cuando termina, Francesca aplaude y le pregunta cómo se llama—. Hu, la cantante se llama Simge.

—¿Y de qué habla?

—De un amor intenso, de algo que nació solo con una mirada y que ya no se puede contener —y ahora entiendo por qué la cantó sin dejar de mirarme ni un solo momento.

Todas sonríen, me miran y me siento el más afortunado de todos.

Isabella llega a avisarnos que la cena está lista, esta vez no me dice nada como suele hacerlo, se va corriendo a la cocina, seguramente Helen la tiene haciendo alguna cosa importante con ella. Todos nos vamos al comedor, mi madre mira a todos lados y se da cuenta que mi padre no ha llegado.

—Seguramente no tiene idea de qué comprar para contentarme —se ríe—. Se lo merece por desautorizarme.

Nos sentamos a comer sin esperar a mi padre, Melike a mi lado me susurra feliz.

—Mi familia no es así, te juro que amé cómo son.

—Sí, eso dices porque no has compartido con los hombres.

—Melike, ¿qué le viste a mi hermano? —pregunta Fabio muerto de la risa—. Seguro te dijo que estudia arte y eso te enamoró.

—No sé si me enamoró… pero me encantó que fuera caballero y que me explicara la diferencia entre el barroco y la ilustración, el arte en realidad es muy diferente en ambas épocas, pero yo solo veía lo más aburrido, la política, la sociedad, las costumbres.

Fabio abre los ojos, esa es la expresión que pone cuando no entiende nada y todos nos reímos. Ángello le pregunta dónde estudió, porque se le hace conocida, mientras que Piero se dedica a preguntarle por Turquía.

Cuando estamos terminando, mi padre llega y nos mira con el ceño fruncido.

—No me esperaron… ¡Y tenemos invitada!

—Mucho gusto, señor Castelli, la novia de Lorenzo.

—No te pases… Digo, que buena noticia, en verdad… eres la primera novia que trae a casa.

—Sí —dice mi madre haciéndole espacio en la mesa para que se siente a comer—, ya se lo dijo Pía, Francesca, Piero, Fabio y sé que Alex se lo aguantó.

—Pero con su cara lo dijo —se ríe Melike y Ale asiente.

—Papá, ¿y el regalo para mamá?

—Eh… creo que mejor se lo muestro luego.

—¡Ay no, que horror! ¡¡Papá, que tremendo eres!! —reclama Fabio, quien se pone de pie y todos hacemos lo mismo.

Eso quiere decir que todos tienen que escapar esta noche o taparse los oídos, porque esos dos se van a dar gusto. Cuando voy saliendo, escucho que somos unos cínicos y que de otra manera no habríamos llegado al mundo, pero me pierdo de lo demás, porque la risa de Melike me lleva a otro lugar, uno lejos de aquí, un lugar donde solo estamos los dos.

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